miércoles, febrero 09, 2011

Capítulo I "Cosas raras"


Vila-Matas me miró de reojo mientras conducía, cambiando su habitual rictus por una media sonrisa socarrona. Incluso me pareció detectar un brillo algo malévolo en sus ojos. Me dijo: Quizá no te pasan cosas raras porque tú has cambiado. Eso podría ser el comienzo de una nueva novela. Plantearte una novela sobre esa idea de que ya no te ocurren cosas fuera de lo común.
No me lo dijo con esas palabras, porque su gramática, su economía de significados es superior a la mía. Aplastantemente superior, diría yo.
"La novela de mi vida", pensé para mi. Justo ahora que el mundo adora la novela histórica, la fantástica, las ambientadas en la Guerra Civil española o post guerra, me pongo a escribir sobre mí misma. Si Joana Bonet dice que soy anti-narciso, será verdad pero también es verdad que soy incapaz de inventarme toda una vida ajena por completo a la mía. Y conozco muchas vidas. Y muy interesantes, pero a esta anti-narciso y anti-trepa, le sale una voz propia muy identificable. Me lo dijo María Dueñas. Puede ser una virtud y un defecto. Se nota que estoy detrás de estas frases. Quizá se nota demasiado. María es tan encantadora y diplomática que nunca lo expresaría de ese modo. Pero es cierto. Antes, hace unos 20 años, todo lo que me sucedía estaba envuelto en una aureola de realismo mágico. No digamos los seis meses que pasé en Puerto Rico. Me sorprendía a mi misma pensando, mientras iba de camino al Campus cada mañana, que vivía en el paraíso. En el auténtico paraíso. No importaba que el asfalto estuviera rajado, que hubiese cables surcando el cielo azul borícua, que rodeando el recinto de Río Piedras viese la miseria a diario. Sí, pero miseria sin falta. Pobres pero no hambrientos. Gente que vivía del "mantengo" y tan felices. Dependientes de tiendas de "Todo a peso", con la pistola metida entre los pantalones, por si las moscas. Redadas de droga continuas en los bares de aquel barrio, policías barrigones con rifles largos y amenazantes.
A mi me daba igual todo aquello porque cada día estaba en el paraíso. Ese campus que olía a melaza, a dulce, con el coquí rompiendo el silencio de las aulas en plena clase. Con las risas y el vigor de los muchachos y muchachas de la UPI.
Comenzaba la mañana nadando con mi amiga Lisa. Tenía mis clases, mi trabajo en Radio Universidad y hacía lo que me daba la gana y me daba para pagar mis exiguos gastos. Compartía habitación con una francesa de origen árabe absolutamente femenina y espectacular. Vivía por y para el amor (continuará...)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Una auténtica vida de cine y aún perdura, y aunque ya nada pueda devolver el esplendor en la hierba, ni la gloria en las flores no debemos afligirnos porque la belleza subsiste en el recuerdo.

Antonio Rentero dijo...

TIENES QUE ESCRIBIR ESA NOVELA!!!!

Anónimo dijo...

Eso, escríbela por favor.