¿Cúanto sabe Google de usted? ¿Nunca se lo ha preguntado? Le
propongo un experimento: teclee su nombre en el buscador y descubrirá grandes cosas.
Si toca apartados más especializados como el cronológico podrá contemplar sus pasitos y reputación en internet; sus cortes de pelo, sus frases
más tontas de Facebook o esa foto que nunca debió hacerse.
El asunto da miedito. Estamos completamente vendidos. Una guapa consultora de Wall Street, Carla Franklin, dio calabazas a un piratilla informático y éste se dedicó a amargarle la vida. Tal que una pintada en la pared: “Pepita (por ejemplo) es una guarra” o “Lolita te lo hace por 20 euros”, pero en la inmensa telaraña del mundo. Su perversa
sofisticación le llevó a la suplantación de personalidad de la guapa
economista. Carla denunció a Google (y ganó) por negarse a identificar al autor
de algunos comentarios. Consejo: no salga con psicópatas de las redes.
No nos vayamos tan lejos. Estamos a un clic de ser príncipes, mendigos o prostitutas de lujo (como le sucedió a Carla). A un clic de que nuestra intimidad se airee en un TL de Twitter y “hacer un Paula Vázquez”, convertirnos en una segunda Consuelo Hormigos, o que una imagen comprometida acabe inundando los WhatsApp de nuestros contactos. Consejo: Nunca olvide que hoy todos somos públicos y siempre hay un malvado a la acecho para joder.
Y más cerca aún: hay equipos de espias
cibernéticos que pasan puntuales informes a sus jefes de los dimes y diretes de
algunos comunicadores. Lo saben todo de nosotros: de nuestros gustos
musicales a nuestras opiniones políticas.
Imagine esto llevado a la escala estratosférica de una
deslumbrante chica de Wall Street, como Carla, o la persecución insufrible que
sufen las estrellas de la pantalla. La propia Catherine Zeta Jones se ha
desenchufado del Google. La criatura no hacía otra cosa que buscarse para ver
qué cosas malas decían de ella. Otro tanto presumo de Letizia Ortiz; un poco
por obligación, un poco por narcisismo. De ahí al bucle conspiranoíco hay un
paso. Catherine ha llegado al transtorno bipolar, así que, poca broma.
Consejo: no nos demos tanta importancia y, por supuesto, tengamos
claro que aquello de la privacidad sólo está al alcance de unos pocos: los que son capaces de tener el pico cerrado y los que cuentan con un ejército de guardaespaldas cibernéticos ¿La profesión del futuro?
El mundo es un pañuelo. En ocasiones, un Kleenex lleno de mocos y de impresentables anónimos o caraduras que harán circular informaciones falsas sobre nosotros. Uno tiene la elección de la invisibilidad en las redes (imposible y desaconsejable para los periodistas); de forjarse una reputación y enfermar de autocontrol, o de ser libre como el sol cuando amanece. Mi máxima es ser uno mismo y guardar precauciones elementales. Si quieren hacerle pupa, se la harán, sobre todo en este país de envidiosos irredentos. Nunca lo olvide: estamos a un clic del desastre.
Imagen de Germán Sáez
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