domingo, enero 12, 2014

La erótica del tabaco






   Rita Hayworth en Gilda



Marlene Dietrich


Burt Lancaster



Paul Newman


Varguitas en Paris




  Cortázar


Jane Fonda en su época más reivindicativa


Scott Eastwood


Paul Newman  adorna su bello torso con un pitillo en la mano. Ese elemento contemporáneo rompe el halo de su belleza clásica y eterna. Rita es Gilda, enfundada en un traje de satén, sostiene con sus largos dedos el tabaco, una nube de humo la envuelve como la musa bajada a la tierra que siempre fue. El humo cegaba sus ojos y ellos se dejaban cegar en un arrebato de valentía.

El halo embriagador del tabaco suavizó los duros perfiles de Burt Lancaster y Edward G. Robinson; de Ingrid Bergman, de la inefable Marlene Dietrich, quien otorgaba al cigarrillo una categoría inusitada, un descaro, su descaro propio, el reto, la aventura. Por supuesto, Bette Davis, Jane Crawdford, Mae y todas las estrellas de la época pre -code, fumaban sin recato, amaban sin recato, eran lesbianas y libres sin recato. Acaso, después del despendole de los años 20 y 30, el tabaco fue el único clavo al que se pudieron agarrar. Quedó la rebeldía de ir vestidas como si fueran desnudas, levantar una copa, coquetear descaradamente delante de su macho-alfa y, por supuesto, fumar las salvaba de tanta moralidad. Fumar era sofisticado, elegante, atrevido, tremendamente erótico. Sin llegar a los puros ostensibles de nuestra Sara Montiel, la sensualidad de manos, boca y ese gesto de expulsar el humo era un potente reclamo para el sexo. Sin contemplaciones. A Bogart, el cigarro le hacía más duro, más justiciero, más viril y ellas jugaban con ese pequeño cilindro en una danza de diálogos reveladores.

LLegaron los 60 y Redford, Jane Fonda y, también, los intelectuales de la época. El inefable Cortázar, el guapo Varguitas de París: el tabaco los unía a todos hasta que, de pronto, todo eso cambió. Esta semana se cumple el 50 aniversario de la prohibición expresa del tabaco en los Estados Unidos. Vincularon su consumo al cáncer y sobrevino una sobredosis de realidad. Hasta el guapo Don Draper (Mad Men) se posiciona contra el tabaco para recuperar la reputación de la agencia de publicidad donde trabaja al perder la cuenta de la todo poderosa Lucky Strike, American Tobacco.

Ya en tiempos más recientes, recuerdo redacciones envueltas en una niebla tóxica, tal que si fuera Londres, y el fastidio de salir de una discoteca oliendo como veinte ceniceros juntos.
No, nunca he fumado (sólo en ocasiones muy puntuales para experimentar) y no me gustan en demasía los fumadores que son capaces de cascarse una cajetilla entera en tu presencia sin preguntar si quiera si el humo molesta. Y sí, molesta.  Pero, a pesar de todo ¿Renunciaría a un beso con sabor a tabaco? La respuesta es no. De hecho, más de uno me he llevado, incluso de tabaco de pipa. Unos besos, todo hay de decirlo, casi de madera, de cereza, nada que ver con la sequedad, la osquedad, el amargor del tabaco rubio o negro.
Hoy, fumar ya no es sexy en absoluto. La mayoría de mis seguidores en Facebook y Twitter reniegan de las formas, las costumbres y la estética del pitillo. Me resulta imposible ser tan tajante. Aunque yo no fume, he de reconocer que algunos y algunas lo hacen con un estilo inconmensurable. Sin ir más lejos, estuve un día entero deseando ser el puro del guapísimo hijo de Clint Eastwood (Scott). Incluso he intentado imitar a la Dietrich, con un lápiz en lugar de cigarro. Me encantan como suenan las palabras smoke, cigar, cigarrette. Entiendo que tanta gente cayese en la adicción intentando atrapar un poco de ese halo embriagador, de ese mundo de adultos, de prohibiciones profanadas.

 Yo fumar no, pero que me fumen, sí.


1 comentario:

isa dijo...

El tabaco...es una pena que los vicios maten.
Un saludo desde
laultimaresidencia.blogspot.com