domingo, junio 29, 2014

La Matute o el arte de soñar




Ana María Matute en una imagen de archivo del documental La niña de los cabellos blancos que produjo Julia Otero para la 2


Se nos fue la adorable Ana María Matute. Grandiosa escritora. Tan creadora como personaje. Ella se definía a sí misma como "La Matute". Ella, como los grandes talentos que encontraréis por el mundo, se soñó a sí misma. Elaboró su estrategia, su objetivo, su personaje, su backstory y su futuro. Pero siempre desde la inocencia. Algo que esta sociedad no perdona y mucho menos la España franquista que le tocó vivir.

Me identifico totalmente con sus frases. Con su apuesta por la fantasía; Con su insobornable fe en Dios ("Me parecería una falta de cortesía que Dios no existiera") y, en su caso, en el Gin Tonic. El amigo escritor Manuel Moyano fue a visitarla a su casa cuando fue presidenta del jurado del Premio Setenil y siempre recuerda con una sonrisa las opciones para beber: "¿Queréis té o bourbon?"

Estoy convencida de que la poderosa y creadora energía de Ana María Matute nos dio suerte a todos los que nos implicamos en el ciclo Escritores en su tinta. Fue la segunda invitada y la Biblioteca Salvador García Aguilar parecía la iglesia de la boda de Lolita. No cabía un alma. La gente estaba feliz con los libros de la Matute, atesorados por años en ediciones vetustas; con su gracia, con nuestra falta de comunicación porque olvidó el sonotone, con sus chascarrillos profundos, delirantes, trascendentes de una aplastante sencillez. Esa luz era inigualable.  Ana María, hasta el final, ha sido la eterna inmadura, la niña-adolescente de cabellos blancos.

Confieso que las personas inmaduras me han transformado. Hay que tener el valor para abismarse con ellos y "volar". Algo que se auto prohíbe la mayoría de este país "conlaqueestácayendo". El resultado es una sociedad amuermada ¿Sabéis qué? La vida me ha obligado a ser sensata y lo odio con todas mis fuerzas. Por eso, un día, decidí abandonar el rol de Wendy y rescatar la Campanilla que se esconde en todos nosotros. Probemos a jugar. La vida es un juego, o un teatro como decía Oscar Wilde. Pongámonos el disfraz de cordura y responsabilidad el tiempo que sea estrictamente necesario pero no olvidemos soñar. Sé que me repito, pero esta existencia me ha regalado momentos de indescriptible felicidad gracias a que soñé; incluso gracias a que me soñaron. Soñarnos los unos con los otros es mucho mejor que jodernos los unos a los otros ¿no creéis?

Para vivir hay que tener cojones e inocencia. Parece un binomio inconcebible pero recordemos cuántas lecciones de coraje nos han dado nuestros hijos en más de una ocasión. Cuánto valor tuvo Ana María para divorciarse de un marido abusador con los tiempos que corrían. Porque ella se soñó digna y no permitió que la plomiza y oscura realidad de la posguerra oscureciesen su luz. El precio a pagar fue muy alto pero por eso hoy todos escribimos y hablamos de ella: "Inventaréis citas que jamás pronuncié", bromeaba.

Cuando algún ser querido me recrimina: "madura", o me escucha en silencio mientras niega con la cabeza en plan "no, Lola, no", me aferro más a la ficción. A nuestra ficción. A ese mundo paralelo que primero se sueña y luego te acontece. Porque así es. De ilusión también se vive. Os lo garantizo. La realidad la fabricamos nosotros cada día porque todos somos mágicos. Ana María vive en nosotros, en todos los que tuvimos apenas un reflejo fugaz de su brillo, en todos los que nos hemos quedado perdidos en su bosque de palabras porque, como dijo en vida,  "El triunfo de la sensatez es terrible".

Si te prohíbes soñar, ya estás muerto.

1 comentario:

Beauséant dijo...

Hay personas que, además de su arte, transmiten una forma de afrontar la vida, un conjunto de valores que llevan toda la vida con dignidad y que son un legado más a parte de todos los libros...