domingo, febrero 08, 2015

El bosque de la realidad







Los deseos son niños. Cuidados con lo que deseas. Los deseos no son gratis. Esto forma parte de la letra del maravilloso musical de Stephen Sondheim “Into the Woods”.  Me quedo con la gran alegoría de la vida que supone el bosque; con el príncipe encantador que no tenía  por qué ser sincero y con ese ama de casa que al tropezarse con el príncipe entre árboles gigantes y bruma, confiesa sinceramente: “tengo mi  pan y mi panadero pero una chica lista ¿Por qué no puede tenerlo todo?” Pues no, no puede.
El príncipe infiel pierde a la princesa. La esposa del panadero, muere y los deseos que alimentaban, días y días, los sueños de los  habitantes del reino terminan por destruirlo todo. 

Cuidado con lo que deseas.

Hace meses, mi amiga Nativel Preciado me decía: no te hagas ilusiones, hazte realidades. Y así de esta forma tan simple, estableció un conjuro para que todos mis cuentos de la lechera tengan final feliz.

Es inevitable pronunciar deseos, exclamarlos, rezarlos en silencio. Cuántas veces tenemos clarísimo aquello que soñamos y cuando comienzan a cumplirse los capítulos de nuestros proyectos más anhelados lo vemos con certeza: los sueños no son gratis. A veces, es mejor dejarse llevar, “como hoja al viento”, parafraseando a otro amigo (qué sería de mi sin ellos).Pero yo no puedo por más que lo intento.

Lo  que para el común de los mortales sería lo fácil es casi imposible para nosotros los soñadores, los inconformistas, los creadores. Los deseos son niños y nosotros somos niños eternos, nos negamos a crecer, nos negamos la realidad tozuda que nos impide avanzar. Y a fuerza de cabezazos nos abrimos camino. 

Tengo claro que cuando uno decide y elige ser libre asume una serie de riesgos. La inocencia te lanza a la vida pero  con unos cuantos años, magulladuras y planes fracasados,  es cuando asumes con responsabilidad, e incluso algo de miedo, la locura que supone en este  mundo acomodaticio, pantallizado y previsible el crear un sueño y en luchar por él.

Yo os propongo abandonar la manada e ir contracorriente. Cierto, cuesta. Los sueños no son gratis. Pero se llega más lejos sin duda alguna. Se es más auténtico y la satisfacción de permanecer genuino, ingenuo, esperanzado, no tiene precio. No hay sueldo capaz de pagar nuestro brillo en los ojos, la íntima felicidad, el regocijo de saber que has podido, contra todo pronóstico, alcanzar el reino de los gigantes, bajarte un huevo de oro y compartirlo con quien más quieres.

Cuántas veces desperdiciamos las horas en planes fatuos sin ponernos manos a la obra. Cuántas veces esperamos a mañana, a buscar un momento mejor para lanzarnos a cumplir lo que tanto anhelamos. Es verdad que los deseos no son nada. Es verdad que hay que llevar cuidado con lo que uno sueña, sobre todo si nos enfrascamos en marañas de proyectos, si nuestros zapatos se quedan atascados en el alquitrán de los miedos.

Sin querer corregir un ápice de las letras de Sondheim y Lapine, no desprecio los sueños siempre y cuando los revistamos de realidades. Cuántas veces he podido cantar en voz alta aquello de Heaven, I’m in heaven. Y lo he hecho despierta. Claro que sí. Las ilusiones  no son gratis. Las realidades toman cuerpo cuando uno da los pasos adecuados para ello, al igual que el enorme zeppeling precedió a los modernos boings. Cometeremos errores, mejoraremos los métodos, las palabras, pero nadie nos podrá acusar de permanecer en la pasividad esperando que nos caiga la breva. 

Los deseos son niños, pero los niños crecen

1 comentario:

Agripino dijo...

Soñar es una cosa muy seria. Decía Lenin: “Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía.”
Desde otra perspectiva menos enérgica hubo también quien escribió: “No renuncies a tus sueños, sigue durmiendo”