domingo, febrero 15, 2015

Eros y tanatos




La muerte no existe. Es sólo un cambio de estado. Nuestro cuerpo mortal se arruga, se deteriora. Podremos adquirir un aire matusalénico pero nuestro espíritu sigue ahí, rebosante de vida para lo que tenga que venir. Un día, quizá, la materialidad es incapaz de sostenerse, a pesar los esfuerzos del alma y la mente. 

Un día, nuestro cuerpo se convierte en un envoltorio perecedero que nada contiene y nuestro espíritu vuela libre.

En ese estado elevado de conciencia todo es posible. Las cortapisas, prejuicios y miedos que también acompañan a la deliciosa terrenalidad desaparecen. Es triste que para llegar a sentirnos tan plenos y poderosos, primero debamos abandonar nuestro cuerpo, atravesar una vida llena de altibajos y quizá padecer absurdas enfermedades que nos roban el precioso tiempo en el que pisamos el suelo con nuestros pies de carne y hueso

Presenciar de cerca la muerte de personas que quieres desde una edad temprana es un fenomenal entrenamiento paran relativizar todo lo que te pueda ocurrir en el transcurso de los años venideros. Podrás tener momentos de éxito y regocijo, pero sabrás que todo es temporal. Que un día todo eso se acaba. Podrás pasar calamidades y penurias, pero eres consciente de que son meras distracciones para tu objetivo final que no es otro que nacer para morir.

Cada segundo de dicha hay que atraparlo incluso con avaricia. Nunca dura demasiado. Nunca hay que dar por sentado que la felicidad se nos da hoy y para siempre. Por eso me parecen tan absurdos los juramentos de amor y los votos que se proclaman en las bodas. Ese “todos los días de mi vida” puede ser todo o nada. ¿Por qué establecer esa cadena envenenada si la vida es todo y es nada? ¿Si en un segundo puedes estar fuera de ella? ¿Por qué tenemos que mezclar el amor con la muerte? (“Hasta que la muerte nos separe”) ¿No os parece demencial juntar el idilio, la pasión y el romanticismo con las exequias y las pompas fúnebres? Más que escritores de liturgias lo que hay por el mundo es mucho cenizo pero…Si, como proclamo, la muerte no existe ¿Por qué nos aferramos a ella tanto como a la vida? ¿Por qué el eros y el tanatos andan juntos de la mano todo el tiempo? ¿Por qué al orgasmo se le denomina en francés “petite norte”?

Porque nunca se habla de la muerte física si no de otro tipo de muerte: el fin de la esperanza, el fin de la concordia, el fin del sufrimiento gracias a las deliciosas fuentes del placer.

La vida es un eterno infinito encadenado. Nos aburriremos de pasear nuestros dedos por este símbolo pero todo fin se encadena a un nuevo comienzo y así, hasta el infinito, valga la redundancia. La vida son círculos concéntricos que nos alejan o nos acercan a las personas, los eventos, los sucesos, el amor, el desamor. Podríamos describir cada hito de nuestra existencia gracias a esta vibración inaudible, intocable que es capaz de la transformación, la devastación, la construcción, la creación.
El ser humano y su poder transformador.

Nosotros somos el estanque. Alguien nos lanza una piedra, un desafío, una propuesta y esa vibración que genera nuestra respuesta es la que mueve el mundo. Y no lo dudéis, todo acto tiene una consecuencia. Todo principio tiene un fin (aunque no sea físico) y el amor nos encadena a todos mediante un lazo invisible y poderoso. No hay grilletes más sólidos que la energía amorosa que todos y cada uno atesoramos en nuestro interior.



Muerte y vida: dos caras de la misma moneda.

1 comentario:

Agripino dijo...

Una entrada muy espiritualista, Lola. Lo de que la "muerte" no es el final me recuerda lo que dijo (creo recordar que era él) Unamuno, pero refiriéndose a Dios, en el sentido de que... no creer en él tiene su lógica, pero no desear su existencia es cosa de imbéciles. Pues bien, yo no siento sobre mi cabeza ningún cielo protector, pero cuánto me gustaría creer que, tras mi último aliento, habrá un colchón suavecito pikolín esperando mi caída.
En cuanto a las referncias a la muerte... tiene su razón de ser, pues se trata de un asunto la mar de elegante y sofisticado, tal como la tristeza: un sentimiento la mar de fecundo, más que lo que pueda ser la alegría o la angustia, emociones tan apegadas a la tierra. El sentimiento, en suma, que se aproxima más al concepto de lo sublime. Y los franceses entienden mucho de esto, como sabe cualquiera que se haya pasado media vida viendo películas subtituladas durante la madrugada en lugar de estudiar. "La pequeña muerte" ¿no es una chulada de metáfora para referirse a ese grado elevado de ausencia de conciencia al término del "acto"?