domingo, enero 15, 2017

La terrible adolescencia

   


 Jamás volvería a los 13. Fue una edad terrible. No era la niña perfecta que mi mamá quería; Ni coqueta, ni femenina, ni presumida. En el cole me llamaban patata. En las fotos antiguas veo a una mujercita con cara guapa y algo de tripa. Nada del otro mundo, sin embargo, me parecía la más desgraciada del universo.


 Por suerte, tenía un grupito de buenos amigos y, por suerte, en aquella época el teléfono móvil era un germen. Si en algún momento —que los hubo— acudir a clase se convirtió en una pesadilla, a las cinco de la tarde, la pesadilla terminaba y me liberaba hasta el día siguiente. Nadie sabe porqué hay personas más vulnerables que otras. Yo no lo era. Es evidente. Tenía terror a cosas peores: una hecatombe nuclear, el fin del mundo, la muerte de los que quería, la violencia extrema.

 Nadie puede entrar en la mente de un adolescente salvo otro adolescente. Ellos saben dónde hurgar, cómo herir y cómo matar. Y siempre lo hacen en grupo. Los acosadores son los seres humanos más cobardes del mundo. Los acosados regresan al lugar del horror un día y al siguiente. Esperan que la tormenta pase. Se sentirán ansiosos y angustiados porque nunca saben cuando terminará su mal, pero ahí los ves: con sus carpetas debajo del brazo y sus mochilas al hombro. No se esconden. No se agrupan para atacar desde la masa.

 Algunos desisten de la terrible presión y prisión que supone estar en un lugar donde sistemáticamente se te agredirá sin motivo ni razón. Es tan absurdo que el acosado calla muchas veces. Siente vergüenza y no sabe de qué. Siente asco de sí mismo y no sabe por qué. Regresa a casa y ese teléfono vibra sin parar y le escupe inmundicias que sin duda no se merece. Las palabras escritas, verbalizadas, son dardos que socavan la autoestima, le distraen.

 Imagino a los menores colapsados por los insultos, incapaces de distinguir la verdad de la basura. Incapaces de salir de su muro de dolor para explicar a sus familias el infierno por el que están pasando. Las consecuencias del acoso son perennes. Las víctimas padecen síndromes post traumáticos similares a los de una guerra. La violencia deja una herida en el corazón pero también en el cerebro.

Esa huella del dolor y la violencia ejercida de mil modos es un recuerdo, es una sombra que no se olvida y el acosado quedará a merced otros futuros depredadores emocionales. No es raro que el que ha sufrido violencia doméstica, ha sido tachado de friki en el cole, o de perdedor en el insti, sufra posteriormente mobbing en el trabajo o maltrato de alguno de sus jefes y compañeros futuros.

 No hay recetas para esto, salvo estar pendiente de ese tesoro que tienes en casa, ese diamante en bruto que vino a este mundo para ser feliz y nada más que para ser feliz. Y hay que recordárselo; Cada día: con abrazos, con besos, con palabras. Y qué decir de esa escoria de 12 años en adelante que son los acosadores. Igual que creo en el bien, creo en el mal. Bastante tienen en sus familias con tener que acogerlos hasta que crezcan. Yo juntaría a todos estos mierdas y los haría probar su propia medicina una vez y otra y otra y otra.

 Ghandi tenía razón: el odio incita al odio Espero que, al menos, algunos de esos que se han unido a la masa lerda y destructiva recapaciten y cambien de actitud Por suerte, ya no tengo 13 años.

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