jueves, junio 29, 2017

Despatarres





"Que te diviertas con las piernas abiertas". Ese era el grito de guerra de una amiga. Y de eso hablamos esta semana: de abrirse y orearse.
Lo oficial se empeña en denominarlo en inglés: "man spreading" que viene a ser una cosa así como "hombre distribuido". Tal que si uno distribuyera la mantequilla por el pan. Tentador, pero no. Que un hombre se te distribuya mola siempre y cuando sea un hombre que te guste, vaya. Pero claro, esto del man spreading surge porque la mayoría de los tipos que vemos en el autobús no son Hugh Jackman.

Vayamos al lío que menudo debate se ha montado. Aunque quizá la culpa sea nuestra que no sabemos hablar de otra cosa, salvo de los piques de Piqué con su boquita bonita y sus labios chiquititos. ¿Es un problema de educación? ¿Es un problema de espacio?¿no será la culpa de los que fabrican los medios de transporte que con tal de rentabilizar vamos como sardinas en lata? De los aviones ni mención. Es inhumano.

Francisco Rivera, tan gracioso él, ha dicho que cómo no se iba abrir de patas al sentarse. Que si las mujeres tuvieran lo que él entre las piernas no se enfadarían tanto. Yo no me enfadaría en absoluto, ejem. Hasta el bonico de Arguiñano ha comentado de los despatarres entre col y col. Y puso el ejemplo. Se sentó en el taburete de la cocina con las piernas cerradas "¿Veis? Que por muy hombre que uno sea todo cabe perfectamente". Arguiñano, el macho ergonómico

No puedo con las feministas y su discurso de víctimas ¿Es necesario poner un cartelico para que los hombre eviten el despatarre? ¿No tenemos boca para decirles: hijo de mi vida que está a punto de cortárseme la circulación sanguínea, deja de invadir mi asiento? o ¿Voy más comprimida que una aspirina? ¿No serán más divertidos los trayectos?

Pero es que, además, hoy otras formas más sutiles de invasión. Hay cierto tipo de cerdo que le gusta restregarse con las chicas. No hay cartelito porque presuponemos que todo el mundo es civilizado y que el despatarre es involuntario y va en el ADN masculino. Pobreticos, no lo pueden evitar. Otros se dedican a tirarles fotos por debajo de las faldas a las chicas que se despatarran...porque, fíjate tú, que algunas lo hacemos. Yo misma cuando viajo: pantalones y maletita entre las piernas, que así no se cae en los frenazos.
Otro particular es el odor spreading. Eso sí que es gordo. Que a veces me dan ganas de subirme al autobús con máscaras de gas. Señoras y señores, el desodorante existe desde hace muchísimos miles de años. El agua y jabón también.  Algunas veces, levantar el sobaco y llegar a la nausea es todo uno. Y menudo caos: la pestucia del sudor se junta con el vómito. Un asco.

Pero lo terrible son esos autocares que van a Sevilla de noche donde los hombres, todos a la vez, deciden quitarse los zapatos y si uno cierra los ojos puede llegar a creer que está en una fábrica de quesos de la campiña francesa, por ponernos románticos. Abominable. Ya lo decía Saint Exupéry:  lo esencial es invisible a los ojos.

Nos faltarían carteles para tanto estorbo: pies, sobacos, despatarres, gente que habla a gritos, los que te cotillean el whasap o los que te dan conversación.
Personalmente, el hecho de compartir espacios tan reducidos me resulta violento porque soy así de pija y claustrofóbica,  así que mi filosofía frente al transporte público es apretar los nudillos y que el suplicio pase rápido.

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