jueves, marzo 01, 2018

Cuento de Navidad

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Podría escribir los versos más tristes esta noche. Amé y no me amaron. Me esforcé en vano. Toda mi vida, cada minuto de mi vida. Es como la Yerma de Lorca. Buscando una inseminación inútil. Nada fructifica. Esfuerzos titánicos en balde. Entiendo a los marineros del Titanic. Sólo me falta una orquesta que armonice las navidades más desoladoras de mi existencia. Y cuántos como yo se sentirán igual. La Navidad con sus hermosas luces y sus ofertas de felicidad hace más desgraciado a quien ni tiene para la luz, ni para la felicidad, ni para regalos. El espacio entre el deseo y la realidad se erige más kilométrico en estas fechas.

La Navidad en los campos de batalla, en los campos de refugiados. La Navidad en la calle, en la frialdad de la noche. La Navidad en un coche patrulla, en una cama de hospital. La Navidad en un albergue. Lejos, muy lejos de los tuyos. La Navidad y sus ángeles que sólo vienen a rescatarte en las películas de James Stewart, jamás en la realidad. ¡Y hay tanta bondad en el universo! pero a ti no te toca. La desilusión ha hecho costra y se fundió contigo, porque cada nueva cita es recibida con bostezos porque todos los tíos son unos cabrones. Todas las mujeres unas interesadas. Porque, ay, todo es una mierda. Cuántas veces escuchamos esas frases: la vida es injusta, la gente es mala, no esperes nada de nadie, el mal es la moneda de cambio. Podría escribir los versos más tristes esta noche pero no lo haré. A pesar de la soledad, del frío, de la incertidumbre a lo que vendrá. A pesar de los esfuerzos titánicos y las horas robadas al verano, a la playa, a mi hijo que han resultado inútiles. Horas que no regresarán. Tiempo que ha devorado la arena. Y pasan los años y criamos una arruga más, tejemos una cana más y nada cambia. En este juego de naipes siempre ganan los mismos. Las cartas están marcadas desde el principio.

  Ya están aquí los días felices, me dicen algunos.  Me da igual. Honestamente. He llegado al puto nirvana. A dejarme llevar. Al abandono absoluto, porque podría escribir los versos más tristes esta noche pero ¿sabéis qué? No lo haré. No le daré ese poder al que pudo amarme y no lo hizo, a las pruebas con trampa de la vida, a los tahúres que mienten y viven y mienten y mienten. Porque siempre supe —en el fondo siempre lo sabemos— que detrás había el engaño y la falsedad.

 Por eso nada de tristezas. Sólo me zambulliré en las personas encantadoras y sin máscaras. En los esfuerzos limpios y a pecho descubierto. En la vida cruda y descarnada y que dure lo que tenga que durar. ¿Quién quiere vivir para siempre? Yo al menos no. De esta manera no. Y estoy segura que la mayoría de vosotros tampoco. Somos hijos de la divinidad y no esclavos. Nadie nace para las miserias, los mendrugos y las migajas de algunos, sino para el esplendor. La navidad es un recordatorio perenne: somos luz. Siempre y cada vez. Por más que nos machaquen.

 Podría escribir los versos más tristes esta noche pero me niego. Quizá un día ya no escriba. Quizá un día me desvanezca pero os juro que ni un sólo minuto habré dejado de brillar con el amor incomparable que el creador me regaló. Aunque mi siembra nunca espigue. La Navidad es una candela que brilla en tu alma y te dice: "adelante, no te rindas. La vida es hermosa aunque a veces duela".

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