domingo, mayo 26, 2019

De padres e hijas



Todo en la vida son relaciones. Las mujeres hetero tenemos en la figura del padre una referencia inexpugnable. En algunos casos la ausencia de ella. Y esa ausencia es una herida profunda, imposible de sanar. Lo digo así de tajante: imposible. Siempre aparece el fantasma del abandono. Antes o después. Hemos de mantenerlo a raya. Nuestras parejas, amigos, amantes, novios, jefes, hermanos han de tener con nosotras una paciencia infinita. Porque hasta lo que no duele, nos duele, porque aquel que debió amarnos por encima de todas las cosas, no supo hacerlo. O no supo mostrarlo y las carencias siempre lo son. Un clavo no saca otro clavo. Para nada.
Las relaciones que mantenemos con nuestros maridos, amantes, novios, jefes, superiores y hasta compañeros de trabajo vienen marcadas por lo que viviste, o no, en tu casa. Cuántas mujeres han buscado y encontrado un hombre completamente distinto a su padre o  escandalosamente similar. Uno de mis grandes amores nació el mismo mes y la misma semana que mi padre, en años distintos, por supuesto. Ni buscado a propósito. Tenían gestos, absolutamente parecidos, como abrir el frigo y agarrar el jamón york con los dedos y engullirlo así, de pie, con un ansia poco saludable. Esa imagen del amante me dejó clavada en el suelo: era una demostración salvaje de hasta qué punto encontré en él al padre ausente. Y le debo la vida, en verdad. Me demostró que había figuras masculinas toscas y rudas, como lo era a veces, con el que discutía constantemente –como ocurría con mi padre– pero con la diferencia de que él estaba siempre ahí. A cualquier hora del día, de la noche, de la madrugada. Era el amante presente y el padre que nunca tuve. Con todos sus defectos y similitudes. Con su compañía eterna.
Cuántas veces las relaciones con hombres ahondan más en la herida, que siempre estará abierta, que nunca sanará del todo. Por eso vivimos no sólo con el fantasma del abandono, sino también con el poso de la desconfianza. Tu subconsciente te ha enseñado que, antes o después, vas a sufrir. Pero, al mismo tiempo, tu consciente, tu niña y tu adulta se dan la mano y aprenden a construirse un hogar dentro de ti. Y ya no necesitas spidermans porque tú te rescatas a ti misma. Ahora, somos poderosas heroínas de nuestro propio reino. Y estás preparada para lo que acontezca. Incluso abandonamos por momentos la desconfianza. Damos el salto de fe. Los amigos, amantes, novios y hasta hermanos se sonríen por dentro. Porque los lazos de amor están por encima de todos los miedos y heridas.
La sombra del que nunca estuvo deja un poso inevitable de corta autoestima en nosotras. Algo que toca trabajarse toda la vida, día a día, casi hora a hora.
Lo que podría parecer un lastre para una vida plena es, sin embargo, un acicate para convertirte en una persona mejor. Quizá nadie te dijo de niña lo maravillosa que eras. Quizá tampoco te dieron un abrazo cuando más lo necesitabas. Quizá tu padre dejó de hablarte porque te fuiste lejos del hogar, a estudiar. Porque huiste para encontrarte.
La relación entre padres e hijas siempre debiera ser armónica, recíproca y maravillosa. Me deleito cuando encuentro por el mundo a esos padres y a esas hijas felices. Pero también me deleito con mi crecimiento. He llegado a la edad madura, no sin pocas dificultades. Como una tullida a la que siempre le faltó un brazo, o una arteria vital pero que ha conseguido hacer de la carencia virtud. Se acabó buscar al padre. Yo soy mi padre y mi madre. Yo soy el hogar.

No hay comentarios: