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domingo, mayo 10, 2020

¿Aceptas el reto?







La humanidad se divide en dos clases de personas. Las que ante un reto se ponen las pilas, evolucionan, crecen y mejoran y las que se instalan en el no. Buscan mil y una excusas y luego culpan a los demás de su lamentable situación.
En el amor y en la pareja ocurre lo mismo. Si una relación fracasa todos los que integran esa relación son responsables.

Cuando llegan los divorcios siempre ocurre igual. Las familias, amigos y convivientes con la pareja deciden que hay uno bueno y uno malo. Así de estúpidos somos. Tras un análisis superficial, se dejarán llevar por cómo está cada uno de los contrayentes y concluyen que el que está peor es “el bueno”; El que se encuentra bien, reconfortado, incluso encuentra otra pareja es “el malo” “ ¿Cómo se atreve? Terminar una relación y comenzar con otra; está claro que es un jeta y bla, bla, bla”.

Nadie conoce las interioridades de una pareja. Nadie desde afuera puede ni sospechar lo duro que resulta una ruptura; Claudicar y reconocer que lo tuyo con esa persona no funciona. Habéis comprado una casa a medias, tenéis hijos en común, incluso una buena convivencia, pero no hay manera. Tú quieres que funcione, pero no, no funciona. No hay una varita mágica cuando le explicas al otro lo que necesitas y el otro sistemáticamente sale por los cerros de Úbeda o pasa de tus requerimientos.

El amor no es un juego de perdedores como cantaba Amy Winehouse. En absoluto. El amor de verdad es un juego de ganadores que aceptan los retos, que cada día se enfrentan juntos como un equipo a lo que la vida les pone por delante. No siempre cosas agradables, como bien pueden sospechar. En el amor ganador no hay decisiones unilaterales y todo se habla: desde el menú de la semana hasta las destrezas para satisfacer a tu pareja en la cama y viceversa. En el amor son necesarios los retos. Lanzarlos y aceptarlos. Cuántas relaciones fracasan porque uno de los dos se resiste a salir de su zona de confort. Y luego encima tira balones fuera, llora por las esquinas, monserga a los amigos y familiares para que todo el mundo sepa lo malo que es el otro: una manipulación burda para hacer elegir a esas personas entre tú y tu pareja. Es despreciable.

He visto muchos ejemplos en los que alegremente las personas opinan: “no me esperaba otra cosa de fulanita, se la veía venir”. A todo esto, la fulanita lleva sin hacer el amor con su marido seis años. “Zutanito siempre ha sido así, no va a cambiar”. A todo esto, Zutanito ha sido irreprochablemente fiel, al menos 20 años de matrimonio y lo ha intentado todo por salvar la institución y la familia.

Lánzale retos a tu pareja. Si no te sigue, evidentemente, no es de tu talla. La cosa se irá a la porra y encima, después de todo, tú serás el mal@ de cara a la galería.

jueves, junio 29, 2017

Ese milagro llamado amor

Hablemos de amor.
Ni de sexo, ni de muñecas hinchables con inteligencia artificial. Ni de vibradores con blue tooth que rastrean al usuario y que, atención, se ponen en marcha solos sin tu consentimiento. Tampoco entremos en si esta intromisión en tus genitales es acoso. Dejemos a un lado si el sexo no consentido entre una pareja consolidada es violación o no (que sí, que lo es).
No. Hoy no toca.

Amor: eso que el corazón ansía dolorosamente", explica Coetzee. Hay una línea muy delgada que separa la atracción del amor, la amistad del amor, la hermandad del amor, la paternidad-maternidad del amor, el miedo a la soledad del amor, la ansiedad del amor, la adicción del amor, la complacencia y autocomplacencia del amor, la lástima del amor, la vanidad del amor, el narcisismo del amor. ¿Y quién es el guapo que traza la frontera? ¿Quién se atrevería a poner etiquetas y nombres a los sentimientos? Nadie en su sano juicio pero, ay de los osados. Los que juzgan y etiquetan. Los que tienen esa certeza inmensa y envidiable. Los que eliminaron la palabra duda de su diccionario. Tienen suerte, sí. Si se conforman con confundirlo todo y alimentarse de todo y nada a  la vez.

Esa línea frágil, camaleónica; esa línea sutil y terrible que nos diferencia entre ir bien vestidos o disfrazados (Anne Wintour). Entre hacer el ridículo o sucumbir al éxtasis de saberse amado y de amar. Todo al mismo tiempo. Ese extraño milagro que en ocasiones sucede.

El amor carece de líneas, de mapas, de manual de instrucciones y nadie puede erigirse en maestro. Las respuestas acerca de tan arcano concepto las iremos hallando poco a poco, si somos hábiles, si nos alcanza la vista para encontrar las migas de pan que el destino nos arroja.

Hoy nadie habla de amor. Las relaciones nacen capadas. Como algunos móviles que sólo reciben llamadas pero que te impiden realizarlas.
Salimos con gente pero sin compromiso. Salimos pero sólo risas (buenas son). Salimos pero no salimos de nosotros mismos. Nos quedamos en nuestra burbuja confortable ¿Para qué esforzarse en escapar de uno y encontrar al otro? Es una aventura que también requiere cierta dosis de osadía. Sobre todo si se derrumbó sobre ti algún diluvio que otro y te dejó empapado, aterido de frío, muerto de tristeza, bajo la lluvia.

Explica Erich Fromm: «En el acto de amar, de entregarse, en el acto de penetrar en la otra persona, me encuentro a mí mismo, me descubro, nos descubro a ambos, descubro al hombre.» No puedo estar más de acuerdo pero ¿Cuántas veces encontramos un partenaire en esa misma sintonía? La precariedad también campa a sus anchas en el mundo afectivo. La incertidumbre se recrea en las relaciones humanas de todo tipo donde nada es para siempre y donde la desconfianza, el temor y miedo al rechazo son las protagonistas de este baile del desastre.

El otro debería ser entusiasmo, ilusión, alegría, futuro, renovación. Y el uno con el otro todo un alegato contra la desidia y el pesimismo. ¿Cómo salir de este círculo?
Quizá comenzando a hablar sin tapujos del amor. El amor con mayúsculas. Nuestra máxima aspiración. Abandonar los miedos y lanzarse a la aventura de otra galaxia distinta de la tuya. Escribir la palabra amor sin vergüenza y apostar por las relaciones humanas —que pueden fracasar incluso—por encima de nuestra confortable pero aburrida superficie de humanos vacíos que, a fuerza de olvidarse del amor y de amar, terminan por convertirse en piedra y consiguen que el corazón sea un músculo tumefacto, putrefacto y triste.

jueves, mayo 01, 2014

El mandamiento de los amantes





Gracias por existir, dijiste, llevado por el resorte de una canción. Como quedamos en que no te recordaría amores pasados, pasé por alto esa frase, exacta, a la que me regaló alguien a quien amé, quizá demasiado.

Todo resultó tan perfecto, tan como estaba en mi cabeza, que me parecía mentira. El vino con la temperatura justa. Nuestros cuerpos con la temperatura justa. Es decir, sudorosos, brillantes, temblorosos porque siempre hubo ese temblor entre tú y yo. Ese temblor que da tanto miedo. El temblor silencioso, como la calma que precede a la tormenta. Los interminables besos, las sorpresas. Mi corpiño, el cubito que arrebaté a la hielera para pasearlo por tu pecho y meterlo en tu boca y comerlo a medias.
Tu ternura, tu dejarte ir, la fiereza acompasada a un ritmo. El medio tiempo perfecto del perfecto acoplamiento. Escuché tus latidos y jugué al tam-tam sobre tu pecho. Tu me imitaste. Eres un gran imitador. A veces pienso que el sentimiento sólo era mio hasta me confesaste que ya pensaste en mi aquel día, el día en que nos conocimos y que no podíamos quitarnos ojo.
La cama se quedaba pequeña, siempre lo es cuando hay tanto amor. Ese amor incontenible. Y, poco a poco, nos fuimos colonizando. En un momento me abarcaste, me sentí pequeña y protegida entre tus piernas y tus brazos. Y volvimos a los besos. Y regresó tu deseo loco. "¿Ves como me pones? Comenzamos con los besitos y no hay forma de parar".

Pero hubo que parar porque cada uno tenía que regresar a su mundo. A su vida. Descubriste una mancha de sol en mi espalda cuando compartíamos la ducha.

Nos quedamos con el número de habitación de hotel, con esa canción que un día nos recomendamos mutuamente, al mismo tiempo. Cifras y letras. De pronto todo cobra significado. Todo encaja.

Como soy una egoísta irredenta, odio devolverte al mundo. Odio terminar las horas del placer, de luna de miel .Siempre insuficientes. Como soy una egoísta, quizá te dejaré marchar para evitar el desgarro que supone la vida en tu ausencia. Que no me enamore, dijiste. Sí, también dijiste eso. Como quedamos en evitar hablar de amores pasados, obvié contarte que alguien me pidió exactamente los mismo mientras me follaba en su piscina. El que se enamoró fue él. Porque, como soy una egoísta, me entrego de una forma que asusta. Pero mi entrega es genuina. No persigue fin, ni interés y quizá nada tenga que ver con el enamoramiento.

Como soy una egoísta, me enamoro del hombre que me demuestra su amor exclusivo, inquebrantable, una y otra vez. Un año tras otro. Así, hasta al menos tres. Así consiguió enamorarme de verdad el único hombre del que me enamoré.

Con los demás me entregué, porque cuando amo, siempre me entrego. Y amé, que el amor es algo sagrado y hermoso. Pero cuando sumas decepciones, ansias insatisfechas o pequeñas deslealtades, la entrega se atenúa y no hay forma de enamorarse...e incluso de volver a entregarse con el mismo ímpetu. Y no es venganza. En ocasiones, incluso en muchas ocasiones, intenté capturar ese sentimiento, ese afán para salvar la relación más larga de mi vida.

Pero quedamos en que no te iba a hablar de mis otros amores. A pesar de tu aparente frialdad, detestas conocer los detalles. Los detalles que me hacen como soy, tal y como me ves. Tal y como me entrego a ti en una habitación de hotel, en un sillón rojo de un burlesque desierto, abrazada como una colegiala en tu moto.

Los detalles lo son todo: What a wonderful nigth!, leí en mi móvil mientras me desvestía, minutos después de habernos devorado.

Esto sí es tuyo enteramente pero no me vale, porque en esa exclamación falta el componente emocional, tierno y exclusivo.

Fue una noche maravillosa porque tú y yo lo somos cuando estamos juntos. Esos momentos son de una belleza tal que casi me enferma. Nuestros momentos son sagrados. Como el sagrado amor, como otras cosas que se presuponen sagradas.

Como soy una egoísta, no aceptaré. NO ACEPTARÉ, un "lo nuestro", que no sea sagrado en sus horas. Hermoso e irrepetible. Porque es distinto cada vez. Y así habrá de ser.

No te recordaré amores pasados pero te diré que sólo sobreviven en mi memoria y, lo que es más importante, en mi corazón, aquellos que trascendieron el sexo aunque el sexo fuese increíble con ellos. Aquellos que me transformaron, que me hicieron armarme de valor, perderle el miedo al miedo, aprovechar el momento (porque es verdad que el tiempo se nos escapa) y aquellos que me demostraron que no hay barrera emocional, psicológica, mental, física o material que se interponga entre dos amantes que se quieren, que están dispuestos a ser amantes mientras se pueda y que sobrevaloran la palabra amante por encima de cualquier otro vínculo terrenal. Porque esa es la fuerza transformadora de la vida.

Y como soy egoísta, no me pienso conformar con menos.