La música es quizá el mejor invento de los humanos. No hay mal que no se cure con una buena dosis de piano jazz, con un bajo descarado e insolente y si no, démosle una oportunidad al bandonéon. Las música nos hace mejores. Más sinvergüenzas, que es lo mismo que decir más nosotros. Más sensuales y disparatados; más niños. Nos despierta el sistema límbico sin necesidad de estímulos artificiales pero, eso sí, hay que saber sentirla. Estar dispuesto; abierto a recibir un golpe de batería entre ceja y ceja. Dejarnos abatir por un sólo de saxo y abandonarnos sin miedo al deleite del placer y del sufrimiento. Las notas contienen esos llamados “menores” que nos invitan a la lágrima fácil, pero también se puede llorar de gusto.
El que no sepa de estas valentías está muerto. No hay medias tintas. O sientes, o no. Eres un puto vegetal, alimentado con teleseries, mensajes vacíos de la publicidad, cifras, recetas de cocina, horarios imposibles, dietas para adelgazar, datos “importantísimos” para nuestra vida cotidiana y llega un momento en que el cerebro, y el corazón, se convierten en un erial. No hay lugar para la emoción. Muera la emoción (decía nuestra grandiosa Jurado “Muera el amor”) ¿Para qué? Nos hace sentir vulnerables, frágiles, incluso tristes ¡Con lo pasado de moda que está eso de la melancolía! ¡No, no! ¡Por nada del mundo nos hemos de dejar llevar por la emoción, que es una puñetera!. Que nos traiciona cuando uno menos se lo espera. Es mejor vivir bajo la coraza de la racionalidad, de la frialdad de la estadísticas y que otros, los sensibles —esos cursis que además se creen por encima del bien y el mal— apechuguen con los lloros, con las injusticias, con esa utopía de que el hombre es esencialmente bueno. Y un huevo. El hombre es malo, malísimo. Por eso, mejor no sentir. De esa forma no hay dolor. Pero de esa forma tampoco hay nada; vacío, hastío, cotidianidad que pesa como un fardo de plomo.
Desde aquí, queridos y queridas, reivindico la posibilidad de sentir, incluso, el dolor, dejarlo que nos aguijonee como si fuera un anzuelo intoxicado de arsénico (“Arsénico por compasión”). Para que nuestro muerto resucite. Sólo doliendo se puede vivir, sólo sufriendo se puede ser feliz sin que nuestra alegría sea una copia barata de un anuncio de seguros, detergentes o coches familiares; Sólo el dolor nos hace libres para reír a nuestras anchas y sólo la música desata los cordones de la vigilia para llevarnos de la mano a la emoción en estado puro. Por eso, cuando el sensible es feliz, es envidiado por el resto de los mortales. No por su dicha, sino porque, simple y llanamente, está vivo.
Hoy reivindico la emoción y el sentimiento, que no la sensiblería —de eso tenemos todos los días más de siete tazas en los mal llamados programas del corazón— y para sentir, la música. La reina de las artes.
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