lunes, agosto 07, 2006

NOSSECK




Fuera nevaba con furia de graznidos blancos y, aunque el interior permanecía cálido, un inevitable suspiro meteorológico se colaba entre las rendijas del ventanal cuadrado de madera.
Noel tarareaba la cantata 147 de Bach acompañado lánguidamente por aquel imponente y cansado piano de cola. Nosseck, Noel, había nacido hacía 55 años en el interior de aquella vetusta pero acogedora casa de Amsterdam Street, en la parte más pudiente del barrio de Brooklyn.
Noel había amado a Marisa cuando no era más que un chaval y hoy la había vuelto a ver despúes de 30 años. Nosseck, Noel, viajaba desde los 15, cuando ya era un virtuoso de las teclas, casi un niño prodigio de origen búlgaro que logró salvarse de la vida anodina que le esperaba a un neoyorkino, hijo de emigrantes.
51 años antes, Alina Araizoz viajaba en un lúgubre barco camino de un futuro esperanzador, con un artista en sus entrañas, con el embrión de Noseck, que se convertiría con el tiempo en el orgullo de toda su comunidad.
Alina era madre soltera. Por eso la huída. Aunque la llegada no la salvó del escarnio, ni de la miseria inevitable del novato-colono, ni del tremendo desamor que la había convertido en la deshonra de su buena familía judía ¿Quién la querría con un niño a sus espaldas?.
Un día de lluvias débiles conoció a una persona a la que no le importó darle un apellido al futuro genio, tal era la pasión que le despertaba la –pálida, morena y de ojos grises— mamá de Noel.
El amante de Alina no sólo le dio un apellido a Noel, sino también su mismo nombre, con lo cual, sus vecinos judíos adoptaron la costumbre de llamarle “junior”, en una primera muestra de la influencia norteamericana en sus europeas y ortodoxas mentes.
Noel padre no era judío, no era cristiano, no profesaba creencia alguna salvo la de una fe insobornable en su instinto para los negocios. Sus recuerdos de niño se ceñían a sus correrías por las gomosas aceras de Brooklyn vendiendo de una esquina a otra diferentes mercancías: libros usados, peinadores, jabones de almíbar, caramelos de lilas, lapiceros de madera canadiense...baratillos que le solía ceder alguien que se hacía pasar por su mentor. Alguien que mantenía en “adopción” a medio vecindario huérfano: niños y niñas de la calle que dormían bajo su techo una especie de cueva pegajosa, con salida a las vías del tren y que trabajaban para Alexander a cambio de mendrugos y catre.
Noel-padre fue el alumno aventajado que, con 15 años, dio matarile al viejo cuando consideró que había llegado el momento de volar a su aire. Se convirtió en el sheriff de aquel regimiento de venta ambulante y aprovechó los primeros años de la ley seca para sacar tajada. Atesoró tanto metal y gastó tanta sangre fría que a los 20 ya fabricaba su propio whisky. Nosseck, Licores y Derivados, S.A.
Nosseck Noel, “junior”, llegó a la vida de Nosseck pendenciero cuando éste era un individuo respetado, gracias a su dinero e influencias.
“Junior” vivió cómodamente y Alina era la reina de la manzana. Siempre pudo lucir las joyas más hermosas, los maravillosos vestidos que vendían en París y el carmín que en aquel entonces sólo usaban las cantantes del “Cotton Club”.
Porque Alina no era recatada sino que hacía ostentación de su belleza, de su dinero, de su posición y, en cuanto cayó en la cuenta de lo que había parido, de su talentoso Noel. El pianista de rostro ausente, el niño sin infancia por mor de un don que se convirtió en un castigo que, lejos de proporcionarle lujos, le llevó por un camino de disciplina y perfección, alejado de los otros chavales, y por su puesto, de los amores que empezaban a despuntar en su adolescencia.
Marisa fue un visto y no visto. Después del primer beso tuvo que marchar de gira por Europa durante seis meses. Ya no pudo volver al barrio hasta pasados cuatro años, para entonces, ella, una hermosa latina de labios de manzana pelada, había sido dada en matrimonio a un barrigón propietario de una tienda de ultramarinos.
El día de su regreso, Noel había escuchado por la radio que aquel 10 de octubre el cielo mostraría nubosidad variable y el viento soplaría de flojo a moderado. La mar rizada.
“¡Qué estupidez!”-pensó al oir la radio-“como si todo Nueva York, saliese de pesca”.
Cuando encontró a Marisa tras un antipático mostrador y con un vientre sietemesino deseó con todas sus fuerzas lanzarse en trineo hacia la mar, rizada.
Un reportero único, que perdía su tiempo en recorrer los barrios modestos en busca de historias, inmortalizó el momento en el que Noel Nosseck, ya no era junior de nadie: el archifamoso y talentoso pianista de Brooklyn, bajaba a la tienda de al lado de su casa a por una barra de pan.
Noel y Marisa salieron en la portada del Newsweek a la semana siguiente: “El liderazgo de un artista de la clase obrera”. Los titulares impresos sobre su foto eran de un amarillo albero, sobrecogedor. A Noel se le heló la sangre ante semejante estampa, se le antojaba una necrológica fastuosa del único y efímero amor que tuvo en su vida. Con el que soñó durante tantas noches de viajes por tierras desconocidas, que desconocidas permanecieron por mucho tiempo pues sólo visitaba las habitaciones de hotel y los camerinos, y las salas de ensayos y algún que otro local de moda al que lo arrastraba como el embrión que todavía era, atrapado en el líquido seminal de un talento no solicitado, de una virtud trabajada con estoicismo pero sin calor.
En el día de graznidos de nieve, en el que un Noel cincuentón tarareaba la cantata que hablaba del amor entre los hombres, una partitura que nunca interpretó como solista, Marisa acababa de enterrar al barrigón de la tienda que duró más de lo previsto.
Noel podía percibir el perfume de vainilla que Marisa desprendía, recordaba sus labios de manzana explicándole como tenía dos hijas, ya grandes, una de ellas casada, la otra incasable; como lo encontraba tan atractivo, el atractivo que otorga la honorabilidad-pensó para sí- los cuidados a los que optan los más pudientes; como nunca lo había olvidado y como guardaba, ya amarillenta, la portada de aquella vieja revista donde alguien los inmortalizó en el único retrato de enamorados con el que contaban.
Noel acariciaba las teclas y sentía el pecho de Marisa subir y bajar entre los dedos de la otra mano que quedaba libre. En ese instante, abandonó la música para abandonar el recrearse en un momento, para darse el lujo de tomarla por los hombros, sentada a su lado como estaba.
-Qué linda música-susurró Marisa.
-Qué lindo dejar de soñar contigo para tenerte cerca como hoy.
-¿Cuánto soñaste conmigo?.
-Cada día, a cada compás, en cada concierto, a cada paso. Marisa. Mi inspiración. ¿Por qué te casaste?
-No hubo otra salida...Él fue bueno con mis hijas...A mí sólo me faltó tu amor.
El graznido de la nieve quedó ensortijado en los plieges de manzana de Marisa. En su rostro ajado de canela, pero hermoso de puro limpio y honesto. Los amantes recordaron el día de su herida de amor, la herida que siempre les acompañó.
PD. ESTE ES UNO DE LOS CUENTOS QUE APARECEN EN MI ÚNICO LIBRO DE RELATOS "MUJER DE MUNDO". ME LO INSPIRARON VARIAS COSAS, ENTRE ELLAS LAS PELÍCULAS "GANGS OF NEW YORK" Y "ÉRASE UNA VEZ AMÉRICA"

8 comentarios:

desmitificador dijo...

«Érase una vez en América» te la acepto como animal de compañía, pero «Gangs of New York»...¡qué pestiño de película!

El relato está bien, aunque deberías leer más a John Dos Passos (supongo que ya lo habrás hecho) pero en fin, los consejos son gratis.

LOLA GRACIA dijo...

no he leído a John Dos Passos...no sé pero creo que soy bastante autodidacta y no leo lo que se supone que se debe leer, sino lo que me gusta, lo que me apetece. Odio todos los "comme il faut" dime un título de Dos Passos...anyway, porque lo leeré. Hace un par de años me leí dos libros de Paul Auster porque se supone que es la bomba y sí, es original, es distinto pero me deja bastante fría (todo lo contrario que Vargas Llosa)
A mí Gangs me pareció distinta y me inspiró el cuento. No digo uqe sea mejor o peor.
Gracias por tus consejos, de verdad

desmitificador dijo...

Paul Auster, como bien dices, sólo tiene el mérito de ser RARO. Una especie de perro verde literario. A mí, la «Trilogía de Nueva York» me llegó a impacientar por lo cretino y paranoico que se vuelve el argumento en sus tres novelas (especialmente en «La ciudad de cristal»). No le encontré el gusto. Claro que aún se lo ando buscando al «Ulises» de Joyce :D.

Te doy la razón, también, en el fenómeno de "la literatura aconsejada y de lectura imprescindible". Te cuento mi última anécdota en este sentido. Una compañera de Literatura (bajita, cuarenta años, madre, gafitas enmarcadas dentro un rostro de pan de leche, vocecita de pito...) me recomendó entusiasmada, y entre alegres botecitos, el best-seller de Ruiz Zafón, «La sombra del viento». Tonto de mí que me dejé entusiasmar y nada más salir del instituto, me dirigí a la librería a la caza y captura de semejante panacea.

Viendo lo cara que resultaba la compra del libro (unos veinticuatro euros), intuyendo el fracaso y sin visos de poder gorroneárselo a nadie, opté por bajármelo (ilícitamente) por internet. Y menos mal que se descargó rápido por la mula (el programa e-Mule). Si encima hubiera tenido que esperar, hubiera sido para echarme a la calle y matar a alguien. Nada más leerme el primer capítulo, las arrugas de mi frente delataron un pensamiento castizo:"¡Acho!¡Pero que pijo es esto!" ¡Qué colección de topicazos!¡que batiburrillo de estilos!¡que personajes de sainete!¡qué...MAL!

Días más tarde María, que así se llamaba la del rostro de hogaza, me preguntó azorada si había leído el libro y qué me parecía. Mirándola directamente a sus diminutas pupilas de azabache, que refulgían en ese momento asemejejándola al pollino Platero, no pude más que contestarle:"¿Qué si lo he leído? POR SUPUESTO ¿que si me ha gutado? ¡MOGOLLÓN!", con lo cual suspiró aliviada y se dirigió a otros quehaceres. En el fondo yo y su robot de cocina éramos los únicos que le hablábamos en todo el día.

...

Ahora en serio y volviendo al tema, de Dos Passos hay que leer «Manhattan Transfer», novela que fue plagiada por el excelso cadáver D. Camilo José Cela (era un señor que realizaba buenos ejercicios literarios, pero escribía malas novelas) en su obra «La colmena». No te recomiendo ninguna más porque llega a ser denso y mi consejo es que cuando te aburras la dejes. Después de todo, no se trata de una novela de Agatha Christie donde en el último capítulo se revela que el mayordomo asesino fue palafranero en el Volsoy en sus tiempos mozos.

Para terminar, decirte que soy más de Carpentier (¡ese «Siglo de las luces»!) que del Varguitas de tus entretelas, del cual sólo he leído «Pantaleón y las visitadoras» y «La ciudad y los perros», siendo ambas de mi gusto.

En fin, nada más que me he enrrollado mucho. Sigue escribiendo guapa y hazme feliz.

desmitificador dijo...

¿te llegó mi otro comentario Lola? Donde te recomendaba "Mahattan transfer" y todo lo demás...

LOLA GRACIA dijo...

No, vaya, que pena...pero lo de Mahattan Transfer lo tendré en cuenta. Me daré una vuelta por la biblio en septiembre y me cogeré algo de Doss Passos. Es que antes tengo que terminar el de Vargas Llosa (me queda poquito); "Orgullo y prejuicio" y "Lolita".

Gracias desmi

desmitificador dijo...

¡Madre mía! «Orgullo y prejuicio»...¡en plena canícula! Y luego qué, ¿«La gaviota» de Fernán Caballero?. ¡Lo tuyo es jevi! :D.

«Lolita» sin embargo es amena, aunque con estas calores lo mejor, es la lectura ligera. ¿Has leído «Lo mejor que le pede pasar a un croisant» de Pablo Tusset? Narrativa pura sin pretensiones.

LOLA GRACIA dijo...

Eso de la gaviota te lo debes haber inventado, o leído en otra parte, ja,ja.

desmitificador dijo...

Noooooooo. Te cuento. Hace unos años, tenía a varios amigos intentando terminar (de una vez por todas) la carrera de Filología Hispánica por la UNED. Por cada examen parcial tenían una serie de lecturas obligatorias. En uno de ellos en concreto, tocaba junto a otros, «La gaviota» de Fernán Caballero como ejemplo del realismo social literario en España.

El caso es que a una de mis amigas, no le daba tiempo a leérselo (¡es dennnnnnsooooo!) así que yo, caballerosamente, me ofrecí a leerlo y resumírselo (había además que realizar una fichita, contestando una serie de temas). Pocas veces en mi vida me he arrepentido tanto como en aquella ocasión.

Lo primero fue conseguir la obra, cosa en la que se tardó un par de semanas, añadiéndosele lo caro del precio. Luego la lectura plomiza del texto: nunca se acababa. Después de Jar Jar Binks, el patético personaje de «La Amenaza Fantasma» (película de la saga de «La Guerra de las Galaxias») Marislada, la protagonista de «La gaviota» es el personaje de ficción más odiado universalmente.

Y esa fue la historia. La ficha se entregó finalmente a tiempo y por la cual sólo saqué un cinco raspado (encima) por lo que mi amiga se pilló un rebote descomunal, tachándome de "poco esforzado". Desde entonces, que cito este libro como paradigma de ladrillo literario.