martes, julio 15, 2008

Un traje blanco


Blanco roto. Eso le dijo la dependienta. Así que, cuando se vio a sí misma en el féretro vulgar y su precioso y nuevo traje chaqueta no pudo más que concluir que sí, que su marido había tenido el buen gusto habitual y no podía haber elegido mortaja más idónea. Era un traje precioso, desde luego. Con él pensaba ir a dos o tres eventos programados en su agenda. Aquel enjambre avaricioso de días y horas.

Cuando abonó los 150 euros que costaba el conjunto no pensó ponérselo en su propio funeral. Pero eso había sucedido hacía más de un mes. Y en un mes la vida de una mujer puede cambiar. La de un hombre también pero ya se sabe que nosotras somos víctimas de la emoción, fáciles a la lágrima. Al menos ella. Ella sí. Intentaba controlar el cataclismo de sus sentimientos pero, para qué engañar a nadie, nunca lo intentó con verdadero ahínco. Nunca sumó todas las gotas de su esfuerzo en paralizar el temblor de sus crisis. Sabía que después se quedaba como nueva y que olvidaba todo sufrimiento. Al tiempo, no aprendía lecciones. Y volvía a tropezar una y otra vez en la misma piedra ¿Qué es la vida sino una escuela? Muchas se prohibían ser una hoja al viento, un alma dispuesta, abierta al mundo, pero ella se resistía a cerrarse como el resto de los adultos. Ese mundo de sueños, la creencia casi infinita en la bondad humana y en el desinterés del prójimo habían sido la base de su prosperidad humana y creativa. No. Aunque el sufrimiento era diario. Aunque el dolor era como una costra de sangre seca en su corazón, ella prefería alimentar sus esperanzas, su fe en los demás.
Un día escuchó en una de las películas de "El Padrino" que la muerte más dulce es aquella que uno se propicia con unas cuchillas en las venas y una tina de confortable agua caliente. Que es un abandono indescriptible y maravilloso. Un irse sin estrépito ni detonaciones. Un irse, probablemente, eficaz.
Ahora, al contemplar su velatorio. A todos sus hijos en fila vestidos de blanco como ella; a su esposo entero, lagrimales enrojecidos, austeras rayas diplomáticas y lustrosísimos zapatos, concluyó que había obrado bien. Que habría causado mucho más daño de haberse quedado entre los vivos y apenas sentía nostalgia de la vida. Al contrario, una inmensa paz reinaba en su habitualmente atribulado corazón.
Eso era lo que ella necesitaba. Un descanso. Una pausa. Un adiós.

Vería crecer a sus hijos en la distancia. Desde esa altura de algo más de dos metros que le permitía la inmortalidad. Contemplaría como su hombre, tras unos meses de luto, volvería a las andadas. A sus infidelidades. Quizá cometería la locura de convertir en madre a alguna de sus amantes. Era tan guapo. No le extrañaba su éxito. Esa labia singular. Esa boca griega, los ojos de agua, la sonrisa deslumbrante. De esos ya no quedaban muchos, desde luego.
No. No sentía pena por marcharse en una muerte dulce melaza. Al menos era un bonito cadáver. No se corrompería a los ojos de su amor. No la vería envejecer jamás. Esa coquetería la salvaba de una vejez de impotencia y más dolor. No podría soportar como las canas de su hombre, su posición, su labia de labios atraería como moscas a la miel a más mujeres. No podría mirarse al espejo ajada, sin armas para combatir con las mujeres de las que se encaprichaba Ismael.
Había hecho bien. Y ese traje blanco le quedaba de maravilla.
Imagen de Stelios Tsagris

12 comentarios:

Sintagma in Blue dijo...

La elegancia siempre es lo primero...

:-)

Víctor González dijo...

Ufff! Otro renglón torcido. Magnífico.
Besos.

ralero dijo...

Tal vez hizo bien, cómo saberlo. Pero, en cualquier caso, la valoración que la hizo tomar la decisión no estaba bien fundamentada. No se trataba de una pausa sino del sin principio ni fin. El turn off.

Me ha encantado este relato.

Abrazos.

Camille Stein dijo...

más vale prevenir que afrontar las vidas que nos queden y sus ingratas consecuencias, más vale... claudicar ?... a tiempo

y no convertirse a destiempo en sombra de uno mismo, en molesta sombra de los demás...

después de todo qué más da una vida más o menos en la dinámica rutinaria de la existencia, donde la identidad propia no deja de ser una molestia...

un beso

Luna Carmesi dijo...

Efectivamente... Melosa muerte en bañera cálida con venas cortadas, pero al final no hablamos de la luz que brilla si no de la penumbra que te ha rociado...
Un beso.

sushi de anguila dijo...

Como todo los relatos que escribres últimamente, de quitarse el sombrero por cómo aunas elegancia y estilo con un hilo conductor de lo más atrayente que te hace devorar a toda velocidad las letras hasta darte un coscorrón con el punto final.

Desde que ví siendo un renacuajo 'El crepúsculo de los dioses', me encantan esas historias en las que un muerto de cuerpo presente comienza a contar su historia para explicarnos por qué flota en la piscina de Norma Desmond o está metida en una bien lacada caja de pino ataviada con su vestido más elegante.

Besos, Lola...

Mgda dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Mgda dijo...

Me encanta como escribes, soy fan tuya :-D

Lolilla, ¿te quieres venir al concierto de Madonna? es el 18 de Septiembre, si te gusta claro! las entradas las venden el viernes.

Merce dijo...

Siempre hubiera sido mejor que luciera su traje blanco y a Ismael, que le hubiesen dado...¿no?

Antonio Rentero dijo...

Antes muerta que sencilla...

Anónimo dijo...

Muy hermoso el texto de hoy, Lola
Un abrazo,
Armstrongfl

El buzon de mi casa dijo...

Loli lo has conseguido, te has superado a ti misma, enhorabuena.

Solo la admiración hace soportable la envidia que siento.

Un beso.