sábado, septiembre 22, 2012

Danza de la lluvia



La lluvia en Sevilla es una pura maravilla pero en Murcia es ciencia-ficción. Ya tengo la solución--dijo Gonzalo con incontenible alegría. "Le diremos a Amor que nos enseñe la danza de la lluvia". Quién sabe, yo estoy probando con velas e inciensos de todos los colores. 
 Nos hemos pasado la semana entera esperando las precipitaciones anunciadas por el Instituto Nacional de Metereología. Las nubes han pasado de largo. En twitter había un clamor por la lluvia

 La gente se ha pertrechado los paraguas, ha recogido los toldos, ha mirado al cielo. Pero nada, ni una gota. Mi hijo me miraba con decepción el jueves por la tarde. Apenas un leve chispeo la jornada anterior, ese viento que presagia el agua pero que esta vez no trajo nada. 
 Sólo un niño en Murcia puede desear con tanto entusiasmo que llueva. En mi infancia, la lluvia era una fiesta. Saltábamos charcos como quien salta una catarata. Tenía un impermeable de charol rojo precioso. Demasiado precioso para una niña pobre. Mis tías me mimaban así, con esos detalles de niña rica. Todo estaba a mi alcance. Gracias a ellas nunca tuve conciencia de que me faltase nada. 
 La lluvia me sigue pareciendo un milagro. El delicioso olor a tierra mojada, a hierba mojada. El monte y su frondosidad después de unos días de sirimiri. Bastan unas gotas durante no más de 100 horas y el suelo se tapiza de tréboles. Y adoro empaparme bajo la lluvia. Llegar echa una sopa y cambiarme de ropa y encontrar confortable una toalla. Son placeres sencillos pero raros para los que vivimos en esta tierra. Por si acaso, no paro de cantar "Que llueva, que llueva, la virgen de la cueva" O de cantar, a secas, para que las nubes se amontonen en nuestras cabezas  y nos den una alegría.

En Los Ángeles, como en Murcia, la lluvia es siempre bienvenida. En la ciudad edificada sobre el desierto, nadie podría mostrar la incomparable alegría de encontrar el amor y las precipitaciones como Gene Kelly en "Singing in the rain".

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