Hace
algunos años, no tantos, existía un mercado laboral próspero. Uno trabajaba y
recibía en contrapartida dinero en metálico. Con ese dinero uno podía solventar
los gastos de intendencia del hogar, darse algún capricho, hacer una inversión
e incluso ahorrar. Hoy día, el afortunado de contar con unos ingresos estables
sabe que con ese cash apenas le
llegará para repostar gasolina, llenar el estómago y pagar algunas facturas.
Nada de antojos. Hay casos peores. Personas que agotaron su paro y trabajan de
estraperlo por cantidades ínfimas o a cambio de otros bienes. Volvemos al
trueque. Un servicio a cambio de otro. Ya no existe curva de la oferta y la
demanda. Existe tan sólo la posibilidad de hacer algo o no hacerlo. No hay
límites, no hay referencias, no hay precios, salvo los del súpermecado. Estamos en nuevo orden. Mucha gente parece no percatarse.
Casi
sin darnos cuenta, los ahorros del Estado se han esfumado. No sólo eso, debemos
muchísimo dinero. Si a principios del 2008, cuando se vislumbraba este tajo en
el que estamos sumergidos, se hubiesen tomado los correctivos adecuados probablemente habríamos capeado tan lamentable situación. Pero no. Con la
burbuja inmobiliaria desinflándose como un globo caótico, el Estado y las CCAA
siguieron gastando como si no existiese el mañana. En 2009 se declaró
oficialmente la crisis. Pero, cuidado, que esto iba a ser cosa de dos años,
como la II Guerra
Mundial, que al final fue cosa de seis. O cómo nuestra Guerra Civil, que se
resolvería en cuestión de semanas y acabó torturando a nuestro país del 36 al 39.
De
2009 a
2011 vivieron muy bien los que mantuvieron su nivel de ingresos porque los
precios bajaron. Los que estaban seguros se atrincheraron en su comodidad. Miraron
para otro lado. Mientras tanto, el nivel de la deuda española se fue
incrementando y el valor económico de la tan traída marca España descendía como
el agua que se evapora de los pantanos. Hoy el pozo está seco y nos afecta a todos.
Los que siguen cobrando un sueldo a final de mes trabajan indefectiblemente más
horas (tanto en la privada como en la pública) por un dinero que no cunde. Hoy
todos estamos en el mercado. Tal es la inseguridad que vivimos. Por ello,
invertimos mucho tiempo en formarnos, en mejorar, en vendernos en las redes sociales.
Lo único bueno de ver refrendada esta Teoría de las Catástrofes, que en su día esgrimiera
el matemático francés René Thom, es que en este sistema sin referencias todo es
posible. Al igual que una sóla brizna de paja, sumada a un millar, logra derrumbar al dromedario que las carga, unos acumulan rencor, odio, incompetencia. Otros, esperanza, afán de lucha, ilusiones, creatividad, trabajo tenaz. Igual que las deudas, una a una, propiciaron esta
debacle, los humildes sueños, uno a uno, los proyectos, uno a uno, conseguirán
que las cosas funcionen en este nuevo estado de las cosas. Y, un día, se derramará el vaso con la última gota de agua de todo este esfuerzo. Y daremos
ese gran salto que romperá los propios límites como ha hecho Baumgartner. Y, casi sin darnos cuenta, habremos salido de esta.
La imagen es de Germán Saez
1 comentario:
Tus valoraciones no pueden ser más ciertas ni tus ilusiones más nobles. Me sumo a ellas. :)
Publicar un comentario