"Ay, corazón ¿Por qué no amas?"
(Ranchera La Cama de piedra)
Son unos días extraños. Nos refugiamos en el pasado ante una realidad oscura. Volvemos al hogar y supervisamos a nuestros mayores. Entonces aparecen aquellas pequeñas cosas que una creía amortajadas para la eternidad. Sube Lolita, la vecina del primero. 88 años de resuelta viveza: “pero es sólo fachada. Sé que ya estoy de despedida”. Le recuerdo los polos de café que me hacía cuando bajaba a jugar con Maria Luisa. “¿Ves? A mi no me suena nada de eso”.
El armario despensero que escondía la tableta de chocolate Elgorriaga, un Everest de baldas ocupado por comestibles, hoy es mísero, ajado y triste.
Había un triciclo rojo, una mujer con delantal, hecha siempre un brazo de mar. Hoy está menos brava que de costumbre. Y no me la creo. Y se lo recrimino como si fuese su culpa: “Eres una quejica”. Nos negamos a creer que nuestros padres, esos bastiones que nos enderezaron con las guías de la disciplina y algo de cariño, dejen de serlo. No queremos que envejezcan, que dejen de ser el sostén invisible de nuestras vidas.
También niego la muerte de mi amigo Juan Carlos. Que fue mi hogar tantas veces. Ese puerto abrigado, esa nana para los días difíciles.Si le daban un premio en cualquier lugar del planeta, me dejaba un mensaje. Y yo le reñía porque la cuenta de teléfono nos daría un palo a ambos. Y me acunaba con paciencia y tocaba “Laura” cuando llegaba mi cumpleaños.
No había porqués ni lógica en aquella relación.
No había porqués ni lógica en aquella relación.
Juan Carlos sabía que la muerte le rondaba. Yo le decía igual que a mi madre: “Eres un gruñón”. Pero una cama de piedra presidía algunos de nuestros encuentros. Y, contradictorio como él sólo, no he conocido a nadie más vitalista.
Calderón, genio de la composición, un ángel y un demonio travieso de la guarda, era también muy sabio. El pentagrama en el que bailamos hoy es un Re menor. Llegará el tiempo del Sol sostenido. Pero siempre habrá un compás de silencio. Ese espacio donde ya no suena su voz, ni las teclas de su piano, ni el terciopelo de su risa. Y que nadie podrá llenar.
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