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jueves, junio 29, 2017

Todo está conectado






El mundo es un mapa gigante de afectos. Lazos que nos atan a los otros y que recorren laberínticos caminos que sólo comprendemos más tarde. O quizá nunca.
Ray Loriga me habla de Arrebato la peli favorita del director de este periódico. Y me cuenta que vivía en Blanca de Navarra como Calderón y resulta que eran amigos y luego caigo que era con él con quien se iba al cine, que era él quien se subía a ver películas antiguas  a su casa. Me llega nítida su voz. El día que me explicó por teléfono cuándo y cómo se conocieron y que, es verdad, que me hablaba de un tal Ray. Y luego Ray me abraza porque ambos quisimos a ese viejo loco y nos falta. "¿Joder, hace cuatro años ya que ha muerto"? Pues sí, las mujeres llevamos mejor la cuenta de esas cosas. Por cierto, que Ray fuma tanto como Alberto y le gusta beber como a Calderón y que su nombre me vino a la cabeza un mes de octubre y hoy es Premio Alfaguara y casi creo ver un milagro de nuestro amigo porque ese galardón le permitirá seguir escribiendo esos libros distintos, divertidos, llenos de genio. Aquí  ya no hay rendición posible.

Lola López Mondéjar nos habla de la hija de Lolita, su nuevo trabajo. Lolita que a tantos nos ha obsesionado, que une la pederastia con la pasión y como en su "afán reparador" hace que la nueva Lolita triunfe y escape de las garras del dolor. Y cerrar el círculo de los daños para que esa nueva Lola esté protegida bajo la cúpula que el autor-demiurgo fabrica para ella. Ojalá los escritores diseñaran el mundo. Ojalá todos los políticos recuerden ese círculo perfecto, esa cúpula pre medieval que nos protegía;  el útero de sus madres. Ojalá aspiren a esa esfera donde la humanidad está a salvo de riesgos nucleares, de muros de la vergüenza, de sinvergüenzas que saquean un país de familias medias que pasan frío en invierno.

El afán reparador me lleva a otros dos estupendos creadores con los que he compartido esta semana. Manuel Clavel, cuyo primer trabajo, un panteón familiar, vino a restaurar una tétrica escena que acaeció en su familia hace 25 años. "Ahí nació un nuevo proyecto, en ese momento. Uno lo ve después, con la perspectiva".  La hilarante imagen de un ataúd que se resbala de sus portadores y se estrella en el suelo porque el antiguo panteón estaba en sótano, provocó que el abuelo de Manuel encargara aquella primera obra. Le llamaba el chalet. El abuelo, sin saberlo, tenía un afán reparador, como Lola. A  Paco López Mengual le encargaron una carta de amor y así hizo de "negro" por primera vez en su vida. Aunque lo intentó, en este caso no pudo reparar nada pero estoy segura que es el germen de una gran historia.

Calderón, sin saberlo, también tenía un afán reparador. Cuántas parejas se juntaron gracias a sus canciones. "Lo siento mucho", se disculpaba élPero influir en las vidas de los demás no es una elección. Te acontece sin más. Todo está conectado, los humanos somos parte de una gran corriente de sangre, alma, tiempo y vísceras. Despertar el genio dormido es improgramable. Unos cambiamos los caminos de los otros.
Hoy me siento en el centro de un gran mandala, agradecida por la oportunidad de vivir tantas vidas, protegida por una cúpula, la cúpula de "créetelo porque eres maravillosa" (yo puedo, yo valgo, yo merezco), que Calderón fabricó para mi, hace muchos años, cuando quedé con el gran compositor en la calle Blanca de Navarra.

viernes, diciembre 07, 2012

Compás de silencio






"Ay, corazón ¿Por qué no amas?"
(Ranchera La Cama de piedra)

Son unos días extraños. Nos refugiamos en el pasado ante una realidad oscura. Volvemos al hogar y supervisamos a nuestros mayores. Entonces aparecen aquellas pequeñas cosas que una creía amortajadas para la eternidad. Sube Lolita, la vecina del primero. 88 años de resuelta viveza: “pero es sólo fachada. Sé que ya estoy de despedida”. Le recuerdo los polos de café que me hacía cuando bajaba a jugar con Maria Luisa. “¿Ves? A mi no me suena nada de eso”.



El armario despensero que escondía la tableta de chocolate Elgorriaga, un Everest de baldas ocupado por comestibles, hoy es mísero, ajado y triste.
Había un triciclo rojo, una mujer con delantal, hecha siempre un brazo de mar. Hoy está menos brava que de costumbre. Y no me la creo. Y se lo recrimino como si fuese su culpa: “Eres una quejica”. Nos negamos a creer que nuestros padres, esos bastiones que nos enderezaron con las guías de la disciplina y algo de cariño, dejen de serlo. No queremos que envejezcan, que dejen de ser el sostén invisible de nuestras vidas.




También niego la muerte de mi amigo Juan Carlos. Que fue mi hogar tantas veces. Ese puerto abrigado, esa nana para los días difíciles.Si le daban un premio en cualquier lugar del planeta, me dejaba un mensaje. Y yo le reñía porque la cuenta de teléfono nos daría un palo a ambos. Y me acunaba con paciencia y tocaba “Laura” cuando llegaba mi cumpleaños. 

No había porqués ni lógica en aquella relación.

Juan Carlos sabía que la muerte le rondaba. Yo le decía igual que a mi madre: “Eres un gruñón”. Pero una cama de piedra presidía algunos de nuestros encuentros. Y, contradictorio como él sólo, no he conocido a nadie más vitalista.


“Me siento una traidora dando de bajas sus líneas” me cuenta su hija, Teresa. Y el amor es un hilo conductor que la deja a ella menos huérfana. A mi menos sola. Traidora me siento hoy cuando le escamoteé conversaciones, visitas, risas. Porque ya sólo hay presente. Me agarro a sus palabras: “Eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor es una chorrada”. Cierto, mi madre trabajó en una fábrica desde los doce años. Mi padre, ídem de lo mismo: “cocinero, cocinero, enciende bien la candela”. Mucho se han de torcer las cosas para que mi hijo no siga jugando a la Wii con la edad en que sus abuelos se echaban a la vida.

Calderón, genio de la composición, un ángel y un demonio travieso de la guarda, era también muy sabio. El pentagrama en el que bailamos hoy es un Re menor. Llegará el tiempo del Sol sostenido. Pero siempre habrá un compás de silencio. Ese espacio donde ya no suena su voz, ni las teclas de su piano, ni el terciopelo de su risa. Y que nadie podrá llenar.