viernes, septiembre 09, 2016

Blanco


  Tú y yo de blanco. El vino blanco. El lienzo en blanco. Y en el mundo, aquella noche, sólo existían dos personas. Tú y yo, de blanco. Al rojo. Hiciste eso tan cursi de entrelazar las copas “Por nosotros”. Tanta gente cercana alrededor y tú y yo retando al mundo con unos cuchillos  y a la carne casi cruda. Pa carne la tuya, decías.

 Olía a mar, a puerto. Manteles de papel. Canalla brisa de verano. Bronceados, bellos, jóvenes. No había ninguna ceremonia en aquel lugar. Pero tú y yo íbamos de blanco como contrayentes que se inmolan a los ardores con entusiasmo. Eres tan guapa. Tú eres el regalo, haces que todo sea especial. Pero yo te contradecía siempre. Somos los dos.  Tu boca con la mía, tu sexo con el mío.

Se te veía tan feliz, reías a carcajadas, como nunca. Y me regodeaba en tu cuello, volaban mis dedos a los botones de tu camisa. Los tuyos se hacían camino para llegar a mi pecho, para bajar a mi sexo, tan húmedo. Una extraña ósmosis transportó el vino de tu boca a la boca de mi pubis. Y nos fuimos al coche y durante dos largas horas empañamos los cristales mientras cantaba Frank Sinatra Strangers in the night. ¿Sabes? En el mundo ahora no hay nadie.

En este mundo sólo estamos tú y yo. El vino te hacía hablar y te convirtió en un procaz amante, valeroso y fuerte que sembró mi cuerpo de delicias. Y yo respondí a las tuyas con lascivia y entrega.  Me senté sobre ti. Y te cabalgué tanto rato que perdí la cuenta. Mi amazona, repetías. Me derrumbé, desmayada, transportada a una galaxia extraña, casi muerta, sobre tu pecho. Mojados por el sudor y la humedad marítima, nos dormimos.

 La noche acabó con la batería del coche agotada. Mientras llegaba el servicio técnico, volvimos al mundo. Y no,  no estábamos solos. Ambos teníamos familias y ambos convivíamos con mentiras. Cuando la batería revivió, nos despedimos con una gran felicidad y una sombra de culpabilidad en los ojos. Tu mirada a un palmo de la mía era un blanco sin palabras.

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