Asomaba su rostro al espejo. Los
ojos oscuros como boca de lobo. El reflejo mostraba sus ojeras violáceas, un cuello
con rastro rojo de muerte y el dibujo de una soga trepando por su piel. No, no
podía salir a la calle con semejante aspecto. Ya no sabía qué hacer para
ocultar los orificios que su amado había ido perforando un día y otro, y otro.
Las hormigas podrían crear un universo en su interior. Los dientes, esos
dientes que adoraba como cada palmo de su cuerpo, habían hecho un gran trabajo.
Menuda tuneladora. Parecía simple. Tumbarse en un lugar alejado. Un prado, un
bosque. Dejarse morir. Que las hormigas se apiadasen de su cuerpo mortal, que
se colasen por entre las huellas de su amor. Tan maltrecho. Que se la comieran
en vida. Formar parte de la cadena alimenticia, convertirse en abono del mundo.
El reflejo era demoledor. Conforme
pasaban los segundos, su sistema venoso convertía su cuerpo en un mapa de ríos.
Como cuando era niña: el Miño, el Duero, el Tajo. Toda ella convertida en una osamenta transparente
y carnosa. Ahora sobresalía del espejo su masa muscular. ¡Vaya! Era cierto. El
esternocleidomastoideo era muy largo. Tan largo como el infierno en el que se
encontraba atrapada. Si fuera como ellos, no habría reflejo. Por eso no
entendía las visiones.
No habrá maquillaje capaz de
ocultar este desastre, pensaba. Si fuera como ellos, gozaría con la sangre.
Pero la detestaba. El mero olor la hacía vomitar. Todos ellos eran repulsivos.
Parásitos de la vida. Permanecía en
aquella tribu por amor. Llevaba más de un año con aquella doble vida porque no
sabía no hacerlo. Tendría que salir al exterior. Otra vez. Pero si el espejo se
empeñaba en devolverle esa imagen de pesadilla no tendría el valor.
“Ven aquí, Kyra” le ordenaba
autoritario cuando apenas conspiraba con llegar a la puerta, asomar su
maltrecho ser a la calle.
--Lo siento, Samuel. Hoy voy a
salir. Voy a escaparme de este tugurio. Os detesto a todos. A ti, también. Ya
no te amo.
--No es verdad. Habla el miedo,
Kyra. Pero ya no hay miedo.
Las escenas del cautiverio se
reflejaban en el blanco de sus ojos. Ese espejo quería decirle algo. Nada le
importaba. Ser monstruosa, ser bella, ser un despojo. Hoy saldría afuera. Vería
el cielo, respiraría la polución de aquel universo contaminado tras la
hecatombe nuclear. “No tengo miedo”.
Abrió la puerta. Al otro lado
encontró el páramo de los vivos ¿Pero dónde estaban? A sus pies, un precipicio.
¿Ves lo que te dije? Samuel se carcajeó de un modo despiadado. “Sólo nos tienes
a nosotros porque sólo existimos nosotros”. Era un cabrón vengativo y un
mentiroso. Y un manipulador. No creía sus palabras. No creía la imaen que tenía
ante sí. La enorme meseta, cuyo horizonte se perdía en lontananza. El ulular
del viento, la lluvia ácida, el gris plomizo de las nubes, de la tierra, de
todo.
Volvió a su espejo. Hizo su
toilette como siempre, como si nada ocurriera. Volvió a la puerta. Abrió y
cerró esa puerta cientos de veces. Volvió a su espejo cientos de veces. Como si
nada ocurriera. Volvió a su imagen terrorífica. Al fantasma de su osamenta que
se desintegraba y se regeneraba minuto a minuto. Un bucle demoníaco de su
reflejo al vacío. Del vacío al terror de saberse sola.
Un último intento, se dijo. Cerró
los ojos, concentrada, y abrió la puerta
de la calle. Sabes que esto no está pasando. Es el engaño de Samuel. Es su afán
por poseerte cada noche, cada día, hasta el final de los tiempos.
Como por arte de magia, tras la
puerta encontró su calle. La de siempre. El kiosko de en frente. La cafetería
de la esquina. El olor algo salobre del tráfico cercano al mar. Se tropezó con
André, aquel vecino francés tan sofisticado: Bonjour! Le mostró la mejor de sus
sonrisas. Pero no obtuvo respuesta. Entró a la cafetería. Comería algo normal
para variar. Pero nadie atendía a su llamada. Bajó a la gran ciudad y repitió
esta operación en cientos de lugares, con cientos de personas sin obtener
respuesta. Llegó al metro, se metió en un vagón y allí estaba él. Su padre
¿`Pero qué coño es esto? ¿Su padre? Su padre estaba muerto. Hacía casi 15 años
de aquellos. La miró. Abandonó su asiento y se dirigió a ella que esperaba de
pie que se abriese la puerta. En la siguiente estación. Kyra, Kyra ¿Qué haces aquí, cielo? ¿Y tan
pronto? Eras una buena chica ¿Que te ha pasado?
Contestó sin pensar. Con la certeza
brutal de que hizo algo horrible. Como su padre. Que se quitó la vida. Fue un
día de viento. En el bosque. Se colgó de un árbol. Y se la comieron las
hormigas.
Imagen de Gernán Saez
3 comentarios:
un dia de viento en el bosque, un saludo de círculos de agua, volvímos
juel.. me he quedado sin palabras. Eres una crack. Menuda fuerza tiene el relato! ¿tienes mas?
Claro, pincha en las etiquetas de relatos y microrrelatos...hay muchos, muchos :) ¡¡gracias!!
Publicar un comentario