jueves, noviembre 29, 2012

Y a ti ¿Quién te persigue?





Vieja discusión con mi amigo Antonio Rentero. Las mujeres no sabemos interpretar las señales de los hombres. Por regla general, si un tío no muestra interés es que no tiene interés. No le des más vueltas. Según él, nosotras nos empeñamos en buscar mensajes ocultos en sus palabras, en sus actos, incluso en sus “no actos” para agarrarnos a un clavo ardiendo. Error.

Hay dos películas de Julia Roberts con persecuciones en días de boda. En “Novia a la fuga” es ella la que sale despavorida una y otra vez justo en el momento de decir “Sí quiero”. En “La boda de mi mejor amigo” la prota descubre que está enamorada de su coleguilla de toda la vida cuando le dice que se va a casar y se inventa un plan maquiavélico para reventar el enlace. La cosa acaba en: “muchacho persigue a la prometida; Julia persigue al novio mientras una voz sensata le pregunta al otro lado del móvil  “¿Y a ti, quién te persigue?”

Así nos pasamos la vida. Como reza le verso de la Carmen de Bizet L’amour est un oiseau rebelle. Si tu lo buscas se escapa. Si él te busca, huyes despavorido/a ¿Tan inmaduros somos? Por lo visto, sí. Según mi querida Pura Salceda, el malcho-alfa es cazador. Ergo, una vez atrapada, careces de atractivo. Si confiesas que estás en la red es que ni se molesta en asomar el hocico. Si analizamos el período de crianza, muchos mamíferos aparcan a la hembra. Una vez fecundada ¿Para qué la van a buscar? Entonces ¿Por qué nos fustigamos con largas uniones? Imagino que el mamífero también ansía proteger el clan, la manada, la tribu ¿No les parece de una vulgaridad asombrosa?

Más allá de los dictados de la madre naturaleza, existe ese amor que nos impulsa a caminar un palmo por encima del suelo. Incluso un palmo por debajo del subsuelo. Ese amor tremendo e intenso, como el que unió a Elizabeth Taylor y Richard Burton. Tortuoso sí, pero repleto de admiración, deseo y complicidad. Estos días se publican los diarios íntimos del actor. En ellos queda manifiesto que existe un sentimiento que une alma y cuerpo; carne y esencia, más allá de los terribles defectos, los fallos, los sentimientos deformes, incluso de la enfermedad. Una muestra: 13 de OCTUBRE de 1968: “A Elizabeth le preocupa mucho convertirse en una lisiada porque a veces no siente los pies. Me preguntó si dejaría de quererla si tuviera que pasar el resto de sus días en una silla de ruedas. Le dije que no me importaría que se le cayeran las piernas, el trasero y el pecho ni que los dientes se le volvieran amarillos. Ni que se quedara calva. Amo tanto a esa mujer que a veces no creo mi suerte”.


lunes, noviembre 26, 2012

Y sin tus ojos, mi ojos ya no ven nada



Amado Juan Carlos:
Aun contraviniendo tus normas (nunca en caliente) te escribo estas palabras. A las cuatro me despertó el Whatsapp de tu querida hija Teresa. Y yo lo supe. Ayer ya lo sabia. Sabia que no llegarías a final de año pero, qué mal esto de irte sin decir adiós. Es lo que tú querías. Odiabas las despedidas.
Cacalos, estoy desolada.
Creo que en este mundo nadie me ha prestado tanta atención como tú. Ni mi padre, ni mi madre, ni mis hermanos ni la persona que comparte mi vida. Me hiciste guapa. Me hiciste especial. Siempre estabas ahí, al teléfono, no importa lo intempestiva que fuese mi llamada en hora y contenido. Siempre me esperaste a pesar de nuestros enfados y nuestras discusiones. Me enseñaste a caminar un palmo por encima del suelo. A ser una eterna inmadura y a ser perfeccionista. Imposible llegar a tu nivel, claro. Eras un puto genio que derramaba su gracia sobre los mortales. A veces amargo y a veces inconsolable. Así estoy yo. No pude verte en Madrid porque ya estabas malito y tu coquetería estaba por encima de todas las cosas. Me rompió el corazón no poder decirte: “Hola, feo” a la cara. Y me llamaste a esa pequeña habitación de hotel para llorar en silencio conmigo. La cosa era grave. Y te sentías un perdedor ¿Qué podías hacer tú?
La auténtica amistad es esto. Personas que se perdonan todo. Que se quieren por encima del bien y del mal. Personas que nos pertenecen y a las cuales pertenecemos. Incluso antes de nacer. Teresa me facilitaba algún parte: “Cacalos no mejora”.
Es desgarradora tu pérdida para todos los que hemos compartido algo contigo. Recuerdo el primer mensaje que me dejaste tras conocernos: “Me has dejado algo nuevo dentro. Gracias”.
A mi me queda una preciosa herencia de palabras, libertad, emoción y sentimientos.
Siempre te admiré. Recuerdo el día que descubrí que todas esas canciones que me gustaban eran de un tal J.C. Calderón. No tendría más de 12 años.
Ahora caminarás muchos kilómetros por encima del suelo. Y nos verás pequeñitos e insignificantes. Te encontrarás con tus hermanos a los que tanto querías. Montarás una tocata con ellos. Te ligarás a las santurronas que haya por el cielo y nos enviarás una sonrisa, Cacalos. Hasta tus chistes malos eran estupendos. Alma de Jazz, inasequible al desaliento. Te quiero, bello. Hoy es un día feo. El mundo se llena de niebla. “Y sin tus ojos, mis ojos ya no ven nada”

La foto es de  Nacho García

viernes, noviembre 23, 2012

A un clic del desastre




¿Cúanto sabe Google de usted? ¿Nunca se lo ha preguntado? Le propongo un experimento: teclee  su nombre en el buscador y descubrirá grandes cosas. Si toca apartados más especializados como el cronológico podrá contemplar sus pasitos y reputación en internet; sus cortes de pelo, sus frases más tontas de Facebook o esa foto que nunca debió hacerse.

El asunto da miedito. Estamos completamente vendidos. Una guapa consultora de Wall Street, Carla Franklin, dio calabazas a un piratilla informático y éste se dedicó a amargarle la vida. Tal que una pintada en la pared: “Pepita (por ejemplo) es una guarra” o “Lolita te lo hace por 20 euros”, pero en la inmensa telaraña del mundo. Su perversa sofisticación le llevó a la suplantación de personalidad de la guapa economista. Carla denunció a Google (y ganó) por negarse a identificar al autor de algunos comentarios. Consejo: no salga con psicópatas de las redes.

No nos vayamos tan lejos. Estamos a un clic de ser príncipes, mendigos o prostitutas de lujo (como le sucedió a Carla). A un clic de que nuestra intimidad se airee en un TL de Twitter y “hacer un Paula Vázquez”, convertirnos en una segunda Consuelo Hormigos, o que una imagen comprometida acabe inundando los WhatsApp de nuestros contactos. Consejo: Nunca olvide que hoy todos somos públicos y siempre hay un malvado a la acecho para joder.
Y más cerca aún: hay equipos de espias cibernéticos que pasan puntuales informes a sus jefes de los dimes y diretes de algunos comunicadores. Lo saben todo de nosotros: de nuestros gustos musicales a nuestras opiniones políticas.
 Imagine esto llevado a la escala estratosférica de una deslumbrante chica de Wall Street, como Carla, o la persecución insufrible que sufen las estrellas de la pantalla. La propia Catherine Zeta Jones se ha desenchufado del Google. La criatura no hacía otra cosa que buscarse para ver qué cosas malas decían de ella. Otro tanto presumo de Letizia Ortiz; un poco por obligación, un poco por narcisismo. De ahí al bucle conspiranoíco hay un paso. Catherine ha llegado al transtorno bipolar, así que, poca broma.

Consejo: no nos demos tanta importancia y, por supuesto, tengamos claro que aquello de la privacidad sólo está al alcance de unos pocos: los que son capaces de tener el pico cerrado y los que cuentan con un ejército de guardaespaldas cibernéticos ¿La profesión del futuro?


El mundo es un pañuelo. En ocasiones, un Kleenex lleno de mocos y de impresentables anónimos o caraduras que harán circular informaciones falsas sobre nosotros. 
Uno tiene la elección de la invisibilidad en las redes (imposible y desaconsejable para los periodistas); de forjarse una reputación y enfermar de autocontrol, o de ser libre como el sol cuando amanece. Mi máxima es ser uno mismo y guardar precauciones elementales. Si quieren hacerle pupa, se la harán, sobre todo en este país de envidiosos irredentos. Nunca lo olvide: estamos a un clic del desastre.

Imagen de Germán Sáez


domingo, noviembre 18, 2012

Amores fatales


"He atravesado océanos de tiempo para encontrarte” confiesa el conde Drácula a su amada Mina en la grandiosa película de Coppola. Aunque el vampiro se compadece brevemente de ella, finalmente, decide llevarla al lado oscuro. Para vivir su amor, ella, debe morir. Y, en cierto modo, todos morimos en parte cuando abandonamos nuestra existencia en manos del otro. Ese amor malsano, enfermizo, apasionado y novelero es ideal para la Literatura; nefasto en la cotidianidad.  Las noticias nos regalan cada día deplorables ejemplos del vampirismo amoroso que consume las energías, las horas, la vida.
La ficción nos muestra muchos ejemplos de  pasiones inconvenientes, cuanto más imposibles mejor, que regalan momentos de dicha compartida entre espectador y protagonista. Ese fugaz instante donde lo irrealizable, finalmente, sucede.
Como Romeo y Julieta, las familias de Juan Carlos y Almudena, la trágica pareja de El Salobral, estaban enfrentados entre ellos. Como en Lolita, la diferencia de edad entre ambos era insalvable. O casi insalvable. Con la diferencia de que Lolita es una adolescente con mal gusto, descarada, y Almudena confiesa en Facebook su amor a Juan Carlos. Y no le valen consejos. Ella sabe lo que quiere. O cree saberlo.
Yo con 13 años todavía jugaba con los clicks. Sin embargo, todos conocemos historias de afectos desatados de muchachas adolescentes. Algunas de esas muchachas eran incluso nuestras abuelas.
Me resulta harto inverosímil qué pudo encontrar ella en “El fraguel”,  famoso por sus habilidades con la escopeta y casi tres décadas mayor. Confieso que sólo me deslumbra el arte y el talento, y no las mañas,  pero lo que sí tengo muy claro es que un adolescente recrea el mundo y establece extrañas asociaciones a la búsqueda de esa composición de roles a los que agarrarse. Almudena en esta película es Humbert Humbert. Ella es la idealista, sin ninguna duda. Y él se deja llevar, aunque sabe en el lío que se mete. Quizá quiso creerse la mentira púber. Una fuga hacia delante en un momento bajo de su vida; el paro; el transcurrir tedioso en un pueblo. Pero en esa huida se llevó por delante a una niña.

Nunca deberíamos olvidar, por más embriagador que nos resulte, que las canciones son sólo eso, recreaciones de la verdad, y que los amores que matan, esos que nunca mueren, son perfectos en los sueños, desastrosos en la vigilia. Y siempre, siempre acaban mal.

Mujeres salvajes



Las relaciones de pareja siempre son cosa de tres, o de cuatro. Incluso de media docena si se tercia. Así de compleja es la cosa. Un amigo mío psiquiatra dice que nosotras, las modositas, somos auténticos terremotos ¡Pocos secretos guarda en el confesionario de su consulta! “Tenéis más historias, dónde va a parar”. Y si no existiese este peso de la culpabilidad con el que nos tortura nuestra cultura judeo-cristiana, Madonna se quedaría en mantillas.
Las mujeres inteligentes como Susan Sarandon lo tienen muy claro. La monogamia ad aeternum es una fantasía. Un absurdo irrealizable. Creo en la lealtad y en la fidelidad… a mi misma ¿Acaso fantasear con Brad Pitt mezclado con el Chanel nº5 no es poner los cuernos en cierto modo? El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra. Moriríamos lapidados. Todos.

El estado natural de la mujer, de la mujer inteligente, es estar rodeada de hombres como ella. Siempre buscamos nuestros iguales. Eso de los polos opuestos es una mamarrachada. Por ejemplo, jamás me fijaría en un guaperas salvo que tuviese un punto creativo, estético, o un punto visceral, o un punto G especial. Tampoco en un tipo feo.
Lo describe muy bien Don Winslow en su novela “Salvajes”. Ofelia tiene dos novios. Chon y Ben: “Chon, folla, Ben hace el amor”. Es perfecto bajo mi punto de vista y que este planteamiento parta de la pluma masculina lo hace más atractivo. Ahí tenemos un tipo que ha escuchado a sus mujeres.

No somos tan complicadas ¿Qué queremos las mujeres? Sencillo: lo queremos todo ¿Difícil? Más que eso, es casi ciencia ficción en un país donde los hombres se preocupan más por el fútbol que por su hembra. Lo sé, vosotros sois rutinarios por naturaleza. Nosotras no. Se siente. Así que, si tras leer esto miráis a vuestra pareja de un modo especial estaréis en lo cierto: ella es más salvaje, más libre y seductora de lo que os imaginéis, salvo que esté colada: un estado de gilipollez transitorio que, como todo el mundo sabe, se cura con el tiempo y con la convivencia, ese veneno letal de cualquier amor.

La mujer no se conforma con un rol: unos días quiere ser diosa, princesa; otras puta y animal. O eso, o nada.Por eso vemos a tantas de nosotras refugiadas en el trabajo, hastiadas de vosotros, hombres-huevo que pasáis de mamá, o la nana, a otra cuidadora. Y os enamoráis de fotografías y fantasías en un bucle obsesivo de inmadurez y tontería.  Así que, si de pronto sentís que ella huele distinto o se viste diferente –si es que os fijáis, cosa que también me parecería un milagro—  la culpa es vuestra.  Además, es lógico ¿Quién va a querer conformarse con un besugo mustio con un mar lleno de preciosos delfines y bonitos? Pues ¡hala, ahí os quedáis! Me voy a la pescadería.

.Imagen de Germán Sáez

jueves, noviembre 08, 2012

Tesoros



 Cuando uno menos lo espera, ocurre el milagro. En la Murcia del paro galopante descubren un tesoro escondido en la calle Jabonerías: 423 monedas andalusíes de oro y plata. El pasado, convertido en una metáfora fosforescente, nos rescata del pesimismo. Imagino esa orza oculta en el dormitorio de una pareja que destinaría la fortuna a dote de su hija. Los dinares y alhajas quedaron ocultos por la tierra, por el agua. Sobre la riqueza antigua se edificó otra vivienda donde habitaría otro matrimonio, quizá también con joven casadera. 

Así se escribe la vida. En el fondo, nada cambia. 

Sam Kashner debió pensar igual cuando leyó el manuscrito “Yates y cosas”. Seis páginas inéditas de Truman Capote que emergieron de la sección de Manuscritos y Libros Raros dela Biblioteca Pública de Nueva York. El mismo espíritu ácido de “Plegarias atendidas” subyace en el relato que pronto veremos en la red gracias a la relación de Kashner con Vanity Fair. Asistiremos a la reedición del ajuste de cuentas que hizo el hacendoso hijo de Nueva Orleans con los VIP de su época. Tras conseguir el tesoro que tanto persiguió en vida, el éxito con mayúsculas de “A sangre fría”, Truman se derrumbó como un castillo de naipes. El buen chico sureño quería a Dick y Perry, aquellos infelices a los que vio morir. Ellos fueron el sacrificio humano que sellaría seis años de duro trabajo. 

El resto lo sabemos: se sepultó a sí mismo bajo las drogas, el alcohol y aquellos insustanciales pijos que lo adoptaron como mascota. Quizá pasó el resto de su existencia sonado, prometiendo un libro que jamás envió a sus editores, pero un escritor siempre es un escritor. Aún oculto, el tesoro de las palabras ha sobrevivido en ocho cajas de documentos que Capote dejó a su albacea, el editor Joseph M. Fox.   


Yo misma soñé que tenía en mi casa una habitación que nunca visitaba: una estancia sofisticada y cálida. Un “espacio propio” a orillas dela Riviera francesa. Ese es mi tesoro bajo la ciénaga de horas que no comprendo, atrapado en la prisa de los días que nos llevan a ninguna parte. Al menos sé que existe, aunque oculto en algún tramo recóndito de mi fase REM

   

 Nuestro acomplejado y maltrecho país cuenta con la marca España que tantas satisfacciones nos dio en el pasado. España es mucho más que gente rebuscando en los contenedores, políticos corruptos y empresarios que no dudan en sacrificar vidas ajenas para ganar dinero. ¿Qué es la marca? Carlos Espinosa de los Monteros lo explicaba hace unas horas: “La quintaesencia de lo intangible” ¿Cuál es nuestro tesoro? ¿Acaso no está en nuestras manos escarbar como sabuesos del propio destino y hallar eso que nos hace únicos? No rendirse es la consigna. 
Porque así se escribe la vida. En el fondo, nada cambia. Y el sol volverá a brillar.    

sábado, noviembre 03, 2012

El espejo




Asomaba su rostro al espejo. Los ojos oscuros como boca de lobo. El reflejo mostraba sus ojeras violáceas, un cuello con rastro rojo de muerte y el dibujo de una soga trepando por su piel. No, no podía salir a la calle con semejante aspecto. Ya no sabía qué hacer para ocultar los orificios que su amado había ido perforando un día y otro, y otro. Las hormigas podrían crear un universo en su interior. Los dientes, esos dientes que adoraba como cada palmo de su cuerpo, habían hecho un gran trabajo. Menuda tuneladora. Parecía simple. Tumbarse en un lugar alejado. Un prado, un bosque. Dejarse morir. Que las hormigas se apiadasen de su cuerpo mortal, que se colasen por entre las huellas de su amor. Tan maltrecho. Que se la comieran en vida. Formar parte de la cadena alimenticia, convertirse en abono del mundo.
El reflejo era demoledor. Conforme pasaban los segundos, su sistema venoso convertía su cuerpo en un mapa de ríos. Como cuando era niña: el Miño, el Duero, el Tajo. Toda ella convertida en una osamenta transparente y carnosa. Ahora sobresalía del espejo su masa muscular. ¡Vaya! Era cierto. El esternocleidomastoideo era muy largo. Tan largo como el infierno en el que se encontraba atrapada. Si fuera como ellos, no habría reflejo. Por eso no entendía las visiones.
No habrá maquillaje capaz de ocultar este desastre, pensaba. Si fuera como ellos, gozaría con la sangre. Pero la detestaba. El mero olor la hacía vomitar. Todos ellos eran repulsivos. Parásitos de la vida.  Permanecía en aquella tribu por amor. Llevaba más de un año con aquella doble vida porque no sabía no hacerlo. Tendría que salir al exterior. Otra vez. Pero si el espejo se empeñaba en devolverle esa imagen de pesadilla no tendría el valor.
“Ven aquí, Kyra” le ordenaba autoritario cuando apenas conspiraba con llegar a la puerta, asomar su maltrecho ser a la calle.
--Lo siento, Samuel. Hoy voy a salir. Voy a escaparme de este tugurio. Os detesto a todos. A ti, también. Ya no te amo.
--No es verdad. Habla el miedo, Kyra. Pero ya no hay miedo.

Las escenas del cautiverio se reflejaban en el blanco de sus ojos. Ese espejo quería decirle algo. Nada le importaba. Ser monstruosa, ser bella, ser un despojo. Hoy saldría afuera. Vería el cielo, respiraría la polución de aquel universo contaminado tras la hecatombe nuclear. “No tengo miedo”.

Abrió la puerta. Al otro lado encontró el páramo de los vivos ¿Pero dónde estaban? A sus pies, un precipicio. ¿Ves lo que te dije? Samuel se carcajeó de un modo despiadado. “Sólo nos tienes a nosotros porque sólo existimos nosotros”. Era un cabrón vengativo y un mentiroso. Y un manipulador. No creía sus palabras. No creía la imaen que tenía ante sí. La enorme meseta, cuyo horizonte se perdía en lontananza. El ulular del viento, la lluvia ácida, el gris plomizo de las nubes, de la tierra, de todo.
Volvió a su espejo. Hizo su toilette como siempre, como si nada ocurriera. Volvió a la puerta. Abrió y cerró esa puerta cientos de veces. Volvió a su espejo cientos de veces. Como si nada ocurriera. Volvió a su imagen terrorífica. Al fantasma de su osamenta que se desintegraba y se regeneraba minuto a minuto. Un bucle demoníaco de su reflejo al vacío. Del vacío al terror de saberse sola.
Un último intento, se dijo. Cerró los ojos, concentrada,  y abrió la puerta de la calle. Sabes que esto no está pasando. Es el engaño de Samuel. Es su afán por poseerte cada noche, cada día, hasta el final de los tiempos.
Como por arte de magia, tras la puerta encontró su calle. La de siempre. El kiosko de en frente. La cafetería de la esquina. El olor algo salobre del tráfico cercano al mar. Se tropezó con André, aquel vecino francés tan sofisticado: Bonjour! Le mostró la mejor de sus sonrisas. Pero no obtuvo respuesta. Entró a la cafetería. Comería algo normal para variar. Pero nadie atendía a su llamada. Bajó a la gran ciudad y repitió esta operación en cientos de lugares, con cientos de personas sin obtener respuesta. Llegó al metro, se metió en un vagón y allí estaba él. Su padre ¿`Pero qué coño es esto? ¿Su padre? Su padre estaba muerto. Hacía casi 15 años de aquellos. La miró. Abandonó su asiento y se dirigió a ella que esperaba de pie que se abriese la puerta. En la siguiente estación.  Kyra, Kyra ¿Qué haces aquí, cielo? ¿Y tan pronto? Eras una buena chica ¿Que te ha pasado?
Contestó sin pensar. Con la certeza brutal de que hizo algo horrible. Como su padre. Que se quitó la vida. Fue un día de viento. En el bosque. Se colgó de un árbol. Y se la comieron las hormigas.
Imagen de Gernán Saez

jueves, noviembre 01, 2012

Alocados y hambrientos hasta la tumba



Cuando Steve Jobs dijo aquello de “permaneced alocados y hambrientos” se refería a nosotros. A los hijos del Baby Boom. Él no lo sabía pero, aquel día que inauguró el curso en la Universidad de Stanford, tuvo una visión. Se le apareció, sin percatarse, este país en crisis. Y nos contempló, entre asombrado y deleitado, a todos nosotros, alocados y hambrientos hasta el final de nuestras vidas. 

 Steve que estás en los cielos, podías habernos deseado otra cosa ¿No? “Permaneced millonetis y sexualmente satisfechos”, por ejemplo. Habría sido un detalle por tu parte. Al permanecer alocada y hambrienta no me puedo permitir el Iphone5 ni el Ipad mini. Aunque a ti que más te dará. Estarás en tu cielo tecnológico, aséptico, blanco, lleno de manzanitas mordidas, de Evas cachondas y Adanes apolíneos.


 “Lo siento por tu chica, la vida es frágil” Dicen que le contestó a un anónimo de los cientos de miles de e-mails que leía y respondía a pesar de ser un genio en la cumbre. La chica acababa de morir de cáncer. Así que, sin quererlo, también fue premonitorio consigo mismo con esta sencilla y contundente frase. Seguro que usted ha pensado y verbalizado eso mismo: “la vida es frágil”. Y por eso hemos de permanecer incandescentes, llenos de luz, de esa energía adolescente de la sorpresa y el entusiasmo. Porque la vida es hoy. Lo sé, una perogrullada; pero ¡cuántas veces lo olvidamos! 

 En vísperas de “los muertos”, me siento como Pe (Raimunda) en “Volver”. Acudo, alocada y hambrienta, con mi madre, a limpiar la tumba del Marchena, mi padre. Regreso siempre al infausto recuerdo de aquella tarde en que le dijimos adiós para siempre. Al principio odiaba todo este ritual de cubos de agua, lejía y claveles pero he ido entrando en la serenidad que proporciona la costumbre. En el orden de las cosas, en la sinfonía de los actos: con sus silencios, sus blancas y negras. Con sus fugas. Y veo mucho amor en las mujeres que van con ropa humilde a fregotear el mármol. Mandiles y trapos. Sacar brillo para retar a la muerte. Un paso natural en el equilibrio precario, en ese alambre sobre el que paseamos tan inconscientemente. 

A veces, me siento poseída por esas palabras de Jobs, y al llegar a este punto del año, ya no me indigno porque muchas veces adoramos a los muertos y maltratamos a los vivos. No repito chistes sobre epitafios, ni pienso en los gusanos que me comerán, que harán polvo de este cuerpo mortal. Pienso, inevitablemente, en el regalo del presente y en provocar la felicidad a cada paso. En otras palabras, a permanecer alocada y hambrienta, a pelear con uñas y dientes por los que quiero y por lo que quiero. Porque Jobs tuvo la visión, sin él saberlo, de una generación despojada de futuro pero llena de un hoy intenso, orgulloso, valiente, tenaz. Un hoy fabricado con el perfume de los sueños.

(escena de la película “Volver” de Pedro Almodóvar. Raimunda su hermana y su hija limpian la tumba de su madre)