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Sí, lo sé. Los que sobrepasen los 50 años, dirán que eso de Halloween no va con ellos. Y tanto. Conmnigo tampoco iba pero ¿cómo escapar de la influencia juvenil? De ningún modo. A los niños les encanta toda la parafernalia que se monta con este día. Cierto. Nosotros tenemos nuestras costumbres. Los panellets catalanes (humm, maldita dieta), los huesos de santo, el arrope calabazate, el pan de higo. Nuestro día de los muertos. Las mujeres de la familia toman el campo santo. Mandiles, cubos de agua. Moños, zapatillas viejas. Cepillos de cerdas gruesas y mucho afán. Las lápidas relucen. El mármol amarillea menos, hasta pareciera que sonríen, ellos. Esas rancias fotos en sepia que nos miran desde un pasado remoto.
Lo funerario se ha puesto de moda, pero es que España siempre ha sido funeraria. Adora a sus muertos. Venera los cadáveres jóvenes de infortunados. Por otra parte, un viajero que se precie, siempre ha de visitar los cementerios del lugar por donde transita.
Yo siempre he dicho que soy partidaria de los honores en vida. Por eso me ha dado tanto gusto el Nobel de Varguitas, por ejemplo. Los honores post morten los respeto. Es un modo de aliviar el dolor. Celebrar la vida. Más cubos de agua, más lejía y flores frescas. Comida en abundancia y velones rojos, cirios de cera. Olor a iglesia en la casa.
En casa siempre luce una o dos velas. No el día de los muertos, sino siempre. A veces para ayudar a un amigo vivo, a veces, una plegaria silenciosa...un deseo que queremos que se cumpla. Pero también por ellos. En mi caso, por mi padre y mi abuela, que los tengo juntitos en dos fotos minúsculas en mi despacho.
Celebrar la vida. Añorarles. Pensar en todo lo que se han perdido algunos (para bien o para mal) Pensar en lo que injustamente sufrieron en este puto valle de lágrimas. Y también lo que disfrutaron. Poco, he de rememorar, en el caso de mis dos muertos ilustres. A la abuela Micaela tampoco le flotaban pétalos de rosa a su paso, con lo preciosa que era. Si acaso, ellos, mis dos abuelos. Ellos tuvieron la sana inconsciencia y se pusieron el mundo por montera. Pero, claro, a costa de ellas.
Cuando hay un muerto yo no tengo palabras. Lágrimas si es mío y cercano. Un abrazo y una leve sonrisa de apoyo si no lo es...pero es que no sé qué decir.
Por eso, el Halloween que se celebra en mi barrio de La Alberca me gusta tanto. Porque es celebrar la vida por encima de todo. Hordas de chiquillos con aquello de truco o trato. Calaveras de metro y medio, Morticias con zapatos del 34, boquitas pequeñas, casas encendidas, puertas abiertas a la espera de los niños que espantan la muerte y le sacan jugo a la vida. Y nos arrastran a los demás a celebrar el ciclo eterno, sin principio ni final. La rueda de la vida.